Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 25 de octubre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XI)

Todos nos fuimos de clase. Empezaron a caer nuevos copos de nieve. Era como si también se marcharan de su clase algunos habitantes de la atmósfera.

Los bares estaban repletos de gente que había dejado todo, y bebía de forma precipitada y agria, mecánica y triste. Hasta los que llevaban mucho tiempo sin beber. No había risas, ni discusiones, sólo comentarios a media voz.
Fui a caer con Javier al Bodegón. Fue él quien pidió por mí, sabía lo que yo tomaría y se unió a mí, Dos copas de ginebra. El camarero nos sirvió, su rostro estaba tenso, Sólo cobramos la mitad de precio, De acuerdo. Tras haber ingerido el primer trago, sin mirarle a la cara, le pregunté en voz baja, casi un susurro, Javier, ¿quién tiene la culpa de todo esto?, Yo que sé, lo único que sé es que estoy acojonado; pero me da en las narices que los yanquis se podían haber estado quietos, ¿no te parece? Aunque lo que más me importaba, mi verdadera preocupación era otra, ¿Crees que el fin del mundo puede llegar de esta forma?, Pues hombre, visto así, lo mismo da igual: si tiene que haber fin del mundo, a lo mejor no importa cuál sea el método, lo mismo con los neutrones esos se sufre menos que en un terremoto, u otro diluvio universal, o un asteroide que reviente este planeta, pero me parece lamentable, porque esta gente va a acabar con nosotros sin que lo hayamos olido; fíjate en África, que en muchos sitios lo mismo ni se han enterado. Fijó sus ojos angustiados en los míos, que supongo compartirían el mismo tipo de brillo, Es que esto es de locos, joder; creo que ni en Estados Unidos quieren toda esta barbarie, pero como un paranoico anda suelto por la Casa Blanca. Pensé durante unos momentos en lo último que había dicho, no estaba muy de acuerdo, ¿Crees que los militares de allí no están de acuerdo?, pienso que habrán sido ellos los que habrán dicho que había que atacar.
Pasaban los minutos que nos caían encima, como losas de pedernal. Quiso ser ingenioso, Menos mal que son limpios, porque las bombas que tiran no manchan: sólo matan la vida, pero lo demás queda intacto. No le contesté, me dirigí al camarero que pasaba a nuestra altura, Otras dos copas, por favor.
El bar estaba repleto. La gente sólo bebía alcohol. Poco a poco el volumen del sonido iba subiendo. La tranquilidad del principio se iba acabando. Se veía venir que algo ocurriría. Varios exaltados, con más copas encima que los demás, o que les habían hecho más efecto, pidieron, y pagaron, botellas de Coca Cola y Vodka y las arrojaron en medio del pavimento, en la calle. Todos aplaudimos el gesto, aunque no dejaba de ser un signo más de nuestra elocuente impotencia.
Tácitamente, la bebida norteamericana se había prohibido, cuando la gente pedía un combinado, era de limón, naranja o tónica. Nunca con vodka, claro.
Uno no se dio cuenta, o pensó que una cosa no tenía que ver con la otra, y pidió una ginebra con Coca Cola. Cuando el camarero se la iba a servir, un grupo de gente lo impidió y arrojó la bebida contra la pared de enfrente. El individuo despistado iba a correr la misma suerte. Tuvo que implorar poco menos que misericordia. Algunos, algo más sosegados, aplacaron los ánimos. Aquellos pequeños conatos indicaban que la situación se tensaba por momentos. Lo dejaron en paz. La histeria, el vandalismo, la brutalidad podía hacer acto de presencia en cualquier momento. Quizá no estuviera de más que alguien controlara ciertos ímpetus. Como la situación no se tranquilizara en unos días, o en unas horas, la cosa podía acabar muy mal ¿Habría tantas opciones?
Nos dirigimos a la Plaza. Una turbamulta paseaba silenciosa, casi, sólo se percibía un murmullo, como el de una alameda mecida por la brisa. El helor era intenso, nos atenazaba. Volvía a nevar, pero nadie quería enterarse de nada. Nadie quería moverse de allí. Los bares estaban llenos. El trasiego de personas era impresionante. Los único que aquel día trabajaba eran los camareros, que, sin embargo, no bebían menos que los clientes.
Llegó un borracho dando voces. No es que estuviera borracho excepcionalmente aquel día. Era su estado habitual. No sé por qué, todos nos callamos para escucharle. Quizá porque voceaba, y los demás apenas musitábamos. Todos moriremos, y añadía con vehemencia y voz pastosa, Arrepentíos de vuestros pecados, pues hoy moriremos sin remisión; que Dios os perdone; los que hoy acaban con el mundo son los ángeles exterminadores que han salido del Paraíso para impartir la justicia divina, hartos de nuestro pecado. La voz se convirtió en un trueno, Llega la hora final, el último día, arrepentíos, no maldigáis a los instrumentos del poderoso brazo de Dios, acabarán, gracias a la espada de fuego, con todos los sufrimientos de la humanidad y pasaremos a una vida de paz eterna, que Dios nos perdone.
Y cayó, de pronto, fulminado, sobre la nieve. Un grupo nos arremolinamos ante él. Se oyó una voz que confirmaba nuestras sospechas, Está muerto, lo dijo tras alzar la cabeza que había apoyado contra su pecho inerme. Y otro, ¿Puede alguien llamar al médico y a un juez?
Todo fue rápido, como de pesadilla, como de película surrealista, como de teatro del absurdo. Aquella escena, ciertamente macabra, golpeó nuestro ánimo, fue un impacto seco y eficaz, contundente y directo. De alguna manera, aquellas palabras apocalípticas nos colocaron a todos en la situación de pensar. Sólo habíamos demostrado la desesperación. Pero alguien, desde el fondo de un río etílico, había dado un paso más: si esto se acaba, si llega el final, ¿qué pasa? ¿Habrá un después si el mundo acaba? Él opinaba que sí, al menos bajo la influencia del alcohol. Los demás, ¿qué pensábamos? ¿Acaso podría meterme en la cabeza de los que por allí deambulábamos, casi como los burros en la noria? Miraba los rostros, todos eran inexpresivos, impermeables. Quizá, la mayoría, como yo, no sabría la respuesta. En todo caso, como yo, deseábamos que así fuera, pero, esa duda, estaba más allá de cualquier respuesta. De hecho, y esa realidad es tan constante como la misma muerte, actuábamos, como si después de ella, la muerte, todo hubiera acabado. Lo demás, independientemente de las creencias o no creencias de cada uno, se difuminaba en una niebla difusa, inalcanzable, lejana. Para algunos era una esperanza tan honda, que, a veces, se convertía en certidumbre, para otros, era tan imposible, como que se pudiera andar sobre las aguas.

Nos fuimos a tomar otra copa por allí. Lo hicimos rápido, en silencio. Empezábamos a ser dos sombras de nosotros mismos.
Bajamos por la calle Imperial rápido. Dije, por decir algo, Esta tarde el recital. Me miró, No sé para qué. Me encogí de hombros, Hoy nadie sabe para qué hace nada, supongo que se trata de cerciorarse de que estamos vivos. Él seguía con su pesimismo a cuestas, o con su realismo, Pero lo nuestro es más ridículo: está a punto de empezar la tercera guerra mundial, y nos disponemos a dar un recital de poesía; tío, estamos muy mal. Seguí mostrando la misma tozudez que en casa, que en clase, no me resignaba a esperar de brazos cruzados el final, y daba pasos, poco a poco, para concretar mi actitud. Era algo extraño, pues mi razón me gritaba que la cosa se me escapaba de las manos, y que yo no podía hacer nada, pero, muy dentro de mí, notaba una poderosa fuerza opuesta, un irresistible impulso que me llevaba a resistir, Quizá no es tan descabellado, porque regalar un poco de belleza, es lo único que se puede hacer para que la gente muera un poco más a gusto, si es que vamos morir. Paró en seco, casi no me di cuenta y tuve que retroceder unos pasos para volver a su altura, cuando lo estuve me espetó, ¿Es qué no lo crees?, La esperanza, a pesar de todos los pesares, es lo único que no se pierde. Me miró con otra mirada, quizá descubrió que mi respuesta repetitiva, tenía una fuente oculta, Puede ser, pero creo que ya la he perdido. Le intenté sonreír, Venga, Javier, ¿no crees en los milagros? Hasta yo mismo me alucinaba de que mi garganta dijera tales cosas. Así que no me extrañó la mirada que me mandó, debió de pensar que andaba muy cerca de la locura, ¿Y tú?, Hoy no me queda más remedio. He de reconocer que le dejé un poco pensativo y, de repente me espetó, sin que viniera a cuento, ¿No os reunís los del Club ese los miércoles para rezar?, Sí, ¿Puedo ir mañana con vosotros?, Por supuesto. Se encogió de hombros, No sé porque lo hago, pero el caso es que puede ser la única forma de que no me dé por tirarme balcón abajo, porque lo que se acerca no lo quiero vivir, te lo juro. Lo miré con cariño, Eso nos pasa a todos, creo yo, no te atormentes, ¿Piensas que servirá para algo juntarnos unos pocos para rezar como viejas beatas? Era el momento de tener cuidado con las palabras, jugaba con fuego, pero me nacieron del pecho como una cascada, como sale el agua de una tubería rota, y sin saberlo él fue quien me puso en el disparadero. Hablé a borbotones, casi sin pararme para respirar, Creo que es ahora cuando tenemos que actuar todos los jóvenes y unirnos para convencer a los gobiernos para que cesen su actitud; quizá para ellos el mundo no tenga ningún sentido, pero para los jóvenes siempre lo tendrá, siempre será algo difícil, pero hermoso, y no me gustaría dejarlo, porque a unos mangantes se les haya metido en el coco; tengo tanta vida por vivir: me espera una mujer, o eso creo, me quedan todos los versos del mundo que escribir, quién sabe si alguna novela; no, no quiero que me echen de aquí sin antes haber intentado algo que lo evite; el mundo, a partir de hoy, puede ser nuestro.
Mis palabras ardientes quedaron flotando en el helado aire. Ni yo mismo entendía de dónde había partido tanta fogosidad en mi ánimo, aunque acordarme de ella, y saber que no la habría podido demostrar mi amor, me sublevaba. Javier se quedó admirado por mi verborrea, había superado con creces la intención de su pregunta. Supuso que en mi cabeza había algo, ¿Qué propones? Y, de pronto, a toda velocidad, fragüé una acción, que sabía desde el principio simbólica, incluso barruntaba que inútil, pero como vengo diciendo, yo sólo era un utópico idealista. No se me ocurrió otra cosa, así que, casi según lo pensaba, se lo conté, Conozco algún teléfono de gente que se mueve en grupos cristianos en prácticamente toda España, podíamos ser los catalizadores y organizar una manifestación unitaria con un lema que dijera más o menos “Jóvenes, salvemos el mundo. Gobernantes, deponed vuestra actitud”; seguro que se enteran en todo el mundo; mientras esto dure, podemos repetirlas cada día; que se enteren, por lo menos, de que nos destruyen por unos intereses bastardos, que ni nos van, ni nos vienen; que cuando abandonen este mundo, sean conscientes de que llevan clavado el aguijón de los jóvenes, porque nosotros ni les entendimos, ni les apoyamos, ni les temimos. Creo que enardecí su ánimo, ¿Cuándo empezamos? Mi cabeza, quizá accionada por el miedo y por el alcohol iba muy rápida, Mañana mismo por la noche; no, mejor esta noche, con velas y esas cosas.
Intentó levemente bajarme a la realidad, Pero necesitaremos propaganda, ayuda, permisos, yo qué sé. Yo ya estaba lanzado, y no necesitaba que me parasen, sino al contrario. Ni quería, ni tenía tiempo para meditar lo que se me ocurría, era una inspiración, ya habría tiempo para los matices.
Le agarré del brazo, como poseído, Vamos al Gobierno Civil, deprisa.

domingo, 18 de octubre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (X)

No sólo lo decidí yo, sino que la práctica totalidad de los compañeros hicieron lo propio, así como los profesores.
El reloj marcaba las diez y cuarto de la mañana. Había sido, hasta ahora, una mañana muy ajetreada y dura, por lo menos, emocionalmente, aunque mi familia y yo éramos afortunados, sólo habíamos vivido una hora de miedo. Algunos compañeros, llevaban desde las siete de la mañana con la angustia arañando y mordiendo, sin piedad, sus corazones.
En los semblantes, se adivinaba con nitidez una misma pregunta que nadie, sin embargo, pronunciaba.
Muchos se habían empaquetado una radio pequeña, con la que nos enteraríamos de lo que sucediera más allá de nuestras fronteras, donde en espíritu, estaba todo el mundo, rogando que no se produjera el inicio del último capítulo del Apocalipsis.
Aunque nadie lo quisiera decir, sabíamos que si no era hoy, o mañana, sería pasado, o al otro. Las armas convencionales no servirían para solucionar la confrontación, ni siquiera las más modernas y destructivas. Al final, entrarían en escena las químicas... y las nucleares, todos lo dábamos por descontado. También dábamos por descontado que el conflicto abarcaría toda la superficie de la vieja corteza terrestre, no se circunscribiría a una zona concreta. Desde ese momento, nadie sabía qué ocurriría. Mejor dicho, todos lo sabíamos, pero nadie nos atrevíamos a pensarlo: este planeta dejará de tener vida sobre su faz. Y esa amenaza, era un monstruo informe que extendía, firme, por nuestro pensamiento, primero a modo de nefasta intuición, luego, como certeza enlutada, por último, como destino fatal.
Aún hoy, cuando recuerdo aquellos momentos, la carne se me pone de gallina, se me erizan los vellos, y un sudor frío recorre mis sienes.
Cuando el profesor de turno intentó impartir su clase, fue imposible. Era don Ezequiel el profesor de religión precisamente. La primera pregunta fue una flecha, ¿o habría que decir un misil?, disparado por todos aunque sólo uno la hiciera en voz alta, ¿Como sacerdote, qué opina de todo esto?
Don Ezequiel quedó pensativo, acaso la pregunta le sorprendió, o como sacerdote todavía no se lo había planteado, era demasiado pronto, y demasiada noticia, para que hubiera tenido tiempo de analizar cada matiz. También era probable que tuviera pocos matices, y pocas diferencias entre sus sentimientos como sacerdote y como persona. Dejó que transcurrieran unos largos segundos, para que cada uno, en su interior, buscara su respuesta.
Observé en sus ojos, tras los cristales de sus gafas un aire de miedo que le sopló como un vendaval repentino. Creo que hasta su plateado cabello se aclaró más aún, el aspecto de su cráneo se podía confundir con el día. Sus rollizos dedos golpeaban la mesa con insistencia, como si con ese tamborileo quisiera expulsar la angustia de su corazón. Por fin habló con lentitud, como si las palabras le pesaran tal que un pedregal en lo hondo de su garganta, Esto es un atentado contra la vida de las personas, y por eso condenable y detestable... Tomó aire, sabía que esperábamos más de él, En estos casos de conflagración mundial no sé hasta qué punto pueda ser o no el cumplimiento de la voluntad divina, y éste pueda ser nuestro fin, ya sabéis que los católicos creemos que los caminos del Señor son inescrutables...
No pudo continuar. Sufrió una avalancha de preguntas, había puesto el dedo en la llaga, ¿Usted cree que esto es el fin del mundo?, ¿Usted cree que nos salvaremos?, ¿Usted cree que Reagan representa la venida de Cristo a la tierra y Bresnev el Anticristo? No sé si a su pesar, pero sonrió tímidamente, a lo mejor, es lo que pretendía, destapar la tormenta, hacer audibles las preguntas que, realizadas de uno u otro modo, nos formulábamos. Nos miró con ternura y lástima, diría yo, como diciendo que no merecíamos lo que sucedía.
Tomó aire nuevamente, esperó con calma a que el silencio, como una pregunta invisible, se dirigiera hacia él y contestó. Intentó que fuera con reposo, Vamos por partes. Con el gesto pedía atención, No he dicho que esto sea el fin del mundo, sino que, a lo peor, para nosotros es el fin. Empezaba con sutilezas, me temía que eso nos dejaría un poco fríos, No sé si nos salvaremos, si lo supiera sería Dios, y os garantizo que no lo soy. Quiso hacer un guiño a cierto humor negro, Si lo fuera, no estaría pasando los nervios y el pánico que me invade ahora mismo; tampoco creo que Reagan sea Cristo, porque empezaría a dudar de todo en este instante, os lo garantizo; ni que Bresnev sea el Anticristo, es demasiado viejo y torpe.
Consiguió que sonriéramos que era mucho, dadas las circunstancias. Supuso, erróneamente, que era mejor intentar regresar a la normalidad, Bueno, vayamos a lo nuestro... Vano intento, ¿De qué nos servirá si mañana ya no estamos aquí? Un murmullo general vino en apoyo de aquella pregunta, Eso, Eso, Eso... ¿Qué queréis que hagamos entonces?
Seguimos dando vueltas al tema, como si en nuestras jóvenes e inexpertas manos tuviéramos la solución, o parte de ella, siquiera. Poco a poco todos llegamos a un acuerdo: aquello era imperdonable, pero no podíamos hacer nada. Y tras preguntarnos quién podría tener alguna posibilidad de arreglar el desastre, llegamos a una sola conclusión. La iglesia Católica era quien contaba con más posibilidades para que, al menos, ambas partes se sentaran a la misma mesa, e intentaran solucionar el conflicto; no por sus doctrinas, que en ninguno de los países en conflicto era dominante; no por su poder, que a los niveles que nos movíamos era nulo; sino por la personalidad del Papa y por el prestigio de su diplomacia. Pero todos sabíamos, también, que, si se llegaba a esa solución, entrarían en escena como último recurso.
Previamente tendríamos que asistir a la escenificación esperpéntica y conocida de ante mano de todos los fracasos diplomáticos: la ONU lastrada por el derecho a veto, que entre otros, tenían ambos países; la CEE sin política exterior común y con la mayoría de sus miembros claramente aliados de los Estados Unidos, sobre todo, Gran Bretaña; quizá alguna otra potencia, como China, que no ofrecía confianza a ninguno de los dos países; incluso Francia, al no pertenecer al entramado militar de la OTAN, pero sin fuerza específica. En último extremo, se podría soñar con alguna extraña alianza de naciones. Pero todas aquellas posibilidades no ofrecían garantía, ni la más pequeña. Incluso era probable que sólo el pánico fuera quien, finalmente, detuviera toda esta locura en la que habíamos entrado de la mano de un cow boy de segunda metido a presidente de los americanos.
Un compañero, que no estaba matriculado en la asignatura de religión, pero que para la ocasión, como otros, pidió permiso para asistir a esa clase, a lo que don Ezequiel, con su habitual bondad, accedió, tras estos sesudos debates, se encargó de quitarnos la venda de los ojos, Si la única solución viable que vemos es que el Papa aregle una guerra, estamos esperando un milagro; y si no, recordad lo que pasó en las anteriores guerras mundiales: los papas intervinieron, pero los que estaban en guerra pasaron de ellos; además, en la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia se dividió y muchos se hicieron cómplices silenciosos de Hitler; a lo mejor no les quedó otra salida, no lo sé, pero el hecho es ese. Era lo que yo pensaba, parecía que me hubiese leído el pensamiento, Es verdad, dije, muy a mi pesar, y a pesar de tantas palabras y tantos deseos.
Me daba cuenta de un milagro era muy difícil que se produjese, quizá sólo el miedo, me repetía con machaconería. Pero, pensado más despacio, llegaba a la conclusión de que era otra vana esperanza. Ambos bandos estarían seguros de su victoria, y estarían convencidos de que la razón estaba de su parte, con lo que aguantarían en su posición de tozudez hasta que les fuera posible, acaso demasiado tarde para el resto del Globo.
Como el pensamiento es libre, recuerdo que pensé que, lo que más me hubiera gustado en ese momento, es haber sido diplomático para haber convencido a las dos partes de la tontería que estaban cometiendo, sobre todo, a los americanos.

Fuera, la Naturaleza, como ignorante de todo, estaba muda, como dormida. ¿O era al contrario, y, sabía todo con anticipación y se había colocado ya su propio sudario, para recibir a la muerte, sabedora de que nadie se lo pondría? No se movía el viento. Había dejado de nevar. Ni un pequeño gorrión saltaba por la nieve... De pronto, me asaltó la duda, y otro miedo más se vino a sumar a éste: quizá la naturaleza se ha escondido porque tiene pánico y lo último que ha hecho ha sido nevar, para despedirnos con su pañuelo más blanco y más limpio. ..
Uno de los aparatos de radio, empezó a funcionar más alto y, en seguida, todos se pusieron al mismo volumen. Se formaron varios corrillos. Cada uno, en su centro, tenia uno de esos pequeños transistores que, una vez más, nos salvaba de la ignorancia en estas cosas que, quizá, para vivir felices, eran las que menos necesitábamos conocer.

A continuación, les ofreceremos un resumen con la cronología de los hechos, hasta el momento. Todas las horas indicadas en este resumen, se refieren a la hora oficial española... Veintidós horas de ayer. La Armada Norteamericana denuncia formalmente el ataque a uno de sus portaaviones en el Atlántico Norte, en aguas internacionales. Supuestamente el agresor es un submarino soviético. Cero horas. Dos rompehielos repletos de hombres y diez portaaviones Hércules cruzan el estrecho de Bering por Nome. Es la primera avanzadilla del ejército Norteamericano que toma, desde Chuktchen hasta el estrecho de la Kuriles, sin dificultad. Una treinta. Son más de dos mil hombres los que, desde Nome, cabo elegido por el Pentágono como base de sus operaciones, toman esta zona. En algunos lugares, como Tarisk y Anadir, se empleado con éxito la bomba de neutrones, según informa el Pentágono. Al oír lo último, un estremecimiento eléctrico me recorrió entero, supongo que a los demás también. Una vez más, me había equivocado en mis cálculos, no esperaron al final del conflicto, sino que desde el principio utilizaron sus armas más destructivas, como si tuvieran prisa por acabar, por destruir, porque llegara el fin. Una hora y cuarenta
minutos. Moscú reacciona y envía hombres y armas a Vladivostok que es el
primer objetivo, digamos, importante, de esta operación. Una hora y cincuenta
minutos. Llegan a Nantes, Torrejón, Bruselas y Londres, así como a Alemania Federal, más contingentes de tropas americanas. Dos horas y cinco minutos. El espionaje soviético da a conocer el último movimiento a Moscú, que, de inmediato, responde enviando tropas del Pacto de Varsovia a Szombathely, en la frontera austro húngara, Rostock y Berlín en Alemania Democrática y a las frontera entre Grecia y Bulgaria. Dos horas y diez minutos. Reagan, ante el movimiento soviético, responde y pide formalmente ayuda a la OTAN para llevar a cabo su plan; los gobiernos europeos, excepto el británico, se la deniegan, inicialmente.


Ya se habían puesto en marcha las alianzas internacionales, desde el primer momento, el conflicto era global. Cada noticia era un poco peor que la anterior. Para entonces no sabía si tenía frío o calor.

Dos horas y cuarenta y cinco minutos. El ejército estadounidense cerca de Vladivostok, comienza la batalla más dura hasta ahora. Por el momento, sólo se utilizan armas convencionales, aunque de alto poder destructivo, pues se trata
de armas de última generación. El Pacto de Varsovia, en bloque, apoya al gobierno de la URSS, y pide que se convoque una Asamblea extraordinaria de la ONU, con el objeto de volver a la situación previa al ataque de USA, y, al mismo tiempo, pretende que se sancione de forma ejemplar a este país. Tres horas quince minutos. En media hora, Vladivostok cae en manos americanas. Se han utilizado dos misiles nucleares y una bomba de neutrones. Su paso es firme y rápido, ya tienen en su poder buena parte del extremo oriente soviético, que, a penas ha puesto resistencia, ante la sorpresa y contundencia del ataque. Y qué resistencia se puede poner si te atacan con armas nucleares. No quería ni imaginarme cómo estaría aquella parte del mundo. Por las horas que nos daban, allí debían ser las ocho o las nueve de la mañana, a lo mejor las siete. Al amanecer fueron destruidos, para muchos no amaneció.
Lancé una muda oración por los habitantes de Vladivostok, no se me ocurrió otra cosa. Suponía que todos ellos habrían fallecido.

Tres horas treinta minutos. Mediante una lacónica nota de prensa, el Pentágono informa oficialmente que se está invadiendo la URSS, y añaden que, unas horas más tarde, darían a conocer un comunicado oficial del estado de la cuestión, así como una nota oficial de la Presidencia. Tres horas cuarenta minutos. Llegan a la base de Rota tres submarinos dotados de misiles con cabeza nuclear.

Ya habíamos salido a escena por segunda vez, ¿por qué siempre tenemos que andar en danza, si nosotros no pertenecíamos a la OTAN?

Cuatro horas. El contraataque ruso para recuperar Vladivostok no se hace esperar. Cuatro horas cincuenta y siete minutos. En menos de una hora, el ejército soviético, tras una espectacular acción combinada tierra aire ha recuperado Vladivostok. Desde Moscú, se informa de que cunde cierto desánimo en las tropas americanas, pues, según la nota facilitada desde el Kremlim, y no desmentida por Washington, los aliados norteamericanos de la OTAN, salvo Gran Bretaña, no apoyan la medida. De todas, esa me parecía la mejor noticia, pero supuse que en poco tiempo sólo sería un recuerdo, una liviana esperanza. Cinco horas cincuenta minutos. Comienza una retirada ordenada de los soldados americanos hacia Nome, donde reciben refuerzos y esperan órdenes. Los soviéticos han tomado posiciones en Stalino, Keniut y Anadyt. Siete horas treinta minutos. La situación se estanca. A partir de las siguientes informaciones horarias, ya estuve presente en los acontecimientos. Nueve horas quince minutos, mensaje de Ronald Reagan, de declaración de guerra. Nueve horas veinte minutos. El Secretario General de la ONU convoca pleno extraordinario y urgente de la Asamblea General. Nueve horas treinta minutos. El PCE y Mitterrand se ofrecen como mediadores en el conflicto. Seguiremos informando.
Tomamos, sin que nadie lo insinuase, unas notas y, después de repasarlas y cotejarlas, por ver si coincidíamos, fuimos en busca de unos mapas de la zona para enterarnos de dónde estaba cada sitio. Cuando lo vimos, llegamos a la conclusión de que aquel había sido un movimiento de distracción de los americanos para entretener a los soviéticos. Parecía el ataque alocado, suicida, de un inexperto. Definitivamente allí no buscaban nada, salvo poner en marcha aquella macabra danza de muerte, y entretener a las tropas y al gobierno soviético, Por el momento, uno de los bloques ya está en guerra, dijo alguien. Y otro remachó lo que se intuía muy fácilmente, No creo que la OTAN se demore. Con lo que nos anuncio el comienzo de la tercera, y última, guerra mundial. Eso era demasiado para mí. Una cosa es que lo pensara, o lo temiera, yo, pero era muy distinto escucharlo, me negaba a creerlo, y protesté con la misma lógica que un niño contrariado, Con algo de suerte, no. Mis compañeros, sin embargo, eran realismo puro, quizá no estuvieran tan enamorados, No digas bobadas, ¿crees que Alemania se va a quedar parada teniendo tropas soviéticas en la frontera? Inglaterra ya está a favor y no creo que Canadá tarde más de un par de horas en ponerse de acuerdo, los rusos están muy cerca; los demás cuentan poco; si acaso, Francia, que no forma parte de la estructura militar. Me miró como si contemplara a un extraterrestre y remachó la frase, Lo que te digo, menos de veinticuatro horas. Alguien exclamó un exabrupto inútil, pero liberador, Esto es de locos, joder, son una pandilla de hijos de puta. Es como si no hubiera escuchado, o como si las palabras de mi compañero, hubieran rebotado en la dureza de mi corteza cerebral, me dedicaba a buscar recónditas rendijas por donde asomara una micra de esperanza, a mi espíritu le bastaba para aferrarse a ellas, Por lo menos, los rusos no han empleado armas nucleares. Creo que les produje lástima, Sí eso es verdad, aunque no les quedaba otra. ¿Cómo van utilizar armas nucleares contra su propio territorio?, además con el uso que han hecho los americanos, por aquella zona del mundo lo llevan claro.
El resumen de los acontecimientos fue clarificador, sin duda, además así me enteré de lo que había ocurrido, mientras dormía tranquilamente, cuando todavía era posible ser feliz. Pero tuvo otra consecuencia, nos pusieron todavía más nerviosos. Al contemplar todo lo sucedido en conjunto, el monstruo creció en nuestro interior. Parecía que aquella locura era imparable. ¿Qué hacer? La muerte se nos echaba encima sin remisión y no lo podíamos impedir.
Era la muerte más idiota, era el miedo más terrible. Las dudas que sólo nos habíamos atrevido a expresar como conjeturas teóricas, poco más que tesis de trabajo intelectual, comenzaban a entristecer nuestros ojos. La desaparición llegaba a límites, que si las cosas continuaban así, podían ser igual de trágicos en todo el planeta. Notaba que en todos nuestros espíritus el fantasma del suicidio goteaba y empezaba a fabricar su propio cauce.
¿Por qué? Era la pregunta trágica, sin respuesta.
Era nuestra nueva pregunta existencial.
¿O mortal?

domingo, 11 de octubre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (IX)

Mis hermanos, que todavía se levantaban, porque aquel día comenzaban sus clases más tarde, me miraron sorprendidos, cuando me vieron de vuelta, ya tan desencajado como las personas que acababa de ver. Estaba de veras muy nervioso
¿No habéis puesto la radio?
Era algo evidente, pero no se me ocurría otra forma de no decir las cosas de sopetón. Mi madre, que siempre había sufrido de los oídos, fue la única que me respondió, quizá ajena aún al aspecto de mi cara, Estoy harta de ruidos. Y no se me ocurrió otra cosa que en tono autoritario decir, Pues ponedla. Mis hermanos, todavía con los ojos pegados por el sueño, empezaban a ponerse nerviosos, ¿Pero, qué es lo que pasa? Y lo solté como me lo habían dicho, no me daban otra opción, Que Estados Unidos ha declarado la guerra Rusia. Mi madre me miró extrañada, no terminaba de comprender. Diego palideció y Serafín enmudeció. Mi padre que estaba despierto en la cama, como respuesta, enchufó su viejo transistor. Fuimos en avalancha hacia allí. Mi madre exigió una respuesta, ¿Pero que pasa? Se lo resumí quizá un poco duramente, pero así lo entendería, Los que tienen más armas y las más peligrosas han empezado una guerra, y como alguien no lo remedie, esto se acaba. Y comprendió. La palabra guerra, aún le estallaba en el corazón como los disparos y las bombas que debió escuchar en su infancia. Y tenía efecto, un efecto que no admitía dudas. Por fin sólo se escuchó el vuelo de las palabras que salían del viejo receptor, casi eterno, que mi padre escuchaba siempre que estaba acostado.
... Las noticias que venimos ofreciendo del suceso que hoy conmueve a todo el Planeta se confirman en todos y cada uno de sus extremos. Movimientos en Nome, junto al estrecho de Bering, de las tropas norteamericanas y desembarcos en Nantes. Por otro lado, las tropas soviéticas se han concentrado en Keniut, Anadyt y Stalino. Otro grueso muy importantes está al otro lado del muro de Berlín... Pasemos a la información que nos trae Isabel acerca de la situación en suelo español.

Y la tal Isabel, con voz angelical despachaba sus datos,
Buenos días, de nuevo. La base de Torrejón se halla en estado de máxima alerta. Es imposible acercarse hasta ella. Ahora disponemos de una conexión con nuestra emisora de Cádiz.

Viajábamos hacia el sur en inapreciables milésimas de segundo.
Buenos días, Isabel, queridos oyentes. Aquí, en Rota, las cosas parecen muy tranquilas, pero, como nuevo dato, hemos de decir que nos ha llegado de fuentes dignas de toda solvencia la noticia de que esta noche, a las tres y cuarenta minutos, aproximadamente, han arribado tres submarinos nucleares que partieron anteayer de Daytone Beach en misión rutinaria.

La cosa se ponía fea, se notaba en el tono del locutor, que a pesar del momento, demostraba su profesionalidad haciendo preguntas de periodista

¿Habéis conseguido alguna declaración o manifestación de algún oficial perteneciente al mando norteamericano en la base?

Desde Cádiz la respuesta parecía más tranquila.

También aquí, la situación oficial es de estado de máxima alerta, y nadie osa
acercarse a la Base.

Se despedía aquella conexión, había urgencia, era todo muy eléctrico, lo que contribuía a que el nerviosismo fuera calando en nuestros cerebros.

Si tienes alguna información de alcance, sabes que las líneas abiertas... Lo han escuchado señores oyentes. En Rota máxima alerta, y, parece que se confirma que esta madrugada han llegado procedentes de Norteamérica tres submarinos nucleares... Vayamos hasta Zaragoza... ¿Radio Zaragoza?, Buenos días de nuevo..., Por decir algo, ¿no?, Sí, evidentemente, porque si esto no lo paran, se acabó, ¿Tienes nuevas informaciones?

El diálogo de ambos periodistas parecía indicar mutuo conocimiento personal, aquello se parecía más a un conversación de amigos. Y el tono de voz procedente de Zaragoza que salía del antiguo aparato de radio marrón, no era, ni mucho menos, tranquilizador.

Así es, Antonio... El Comandante en Jefe de las tropas americanas destacadas en Zaragoza, a nuestra pregunta de si era cierta la noticia de la declaración de guerra ha respondido...

Tras el murmullo que precede al pinchazo de la cinta se escuchó la voz del tal Comandante. Dejaron que las primeras palabras nos llegaran limpias en inglés, después, la voz de otro locutor iba traduciendo al español.

Los Estados Unidos de América han decidido concluir con el Comunismo Iternacional, porque su tendencia a la expansión es el gran peligro de nuestra civilización basada en la Libertad y la Democraci, así como el mayor peligro para la Seguridad del Mundial. Ahí están los ejemplos de Hispanoamérica y Oriente Medio.

Aquello me empezaba a sonar a razón peregrina, pero parecía ser la causa. Mientras en el cerebro se me disparaban todas las alarmas, seguía escuchando.

Cuando le preguntamos acerca del peligro que corría el resto del Planeta, se limitó a un lacónico y escueto, No coment... Bastante significativo, ¿no os parece?, ¿Cómo se encuentra la Base?, Igual que Torrejón y Rota...

Y no pude por menos de decirlo en voz alta, Será hijo de puta. Y mi hermano, creo que lo hizo por hacer algo, preguntó, ¿Quién?, El Comandante ése. Mi padre nos mandó callar. El locutor no paraba de decir cosas; pero yo quería desesperadamente que se callara, que no dijera nada más de todo aquello... Que cambiara el tono y dijera que todo era una broma, un montaje como el de Orson Wells que desde una emisora de radio americana, convenció a sus compatriotas de que la tierra estaba siendo invadida por los marcianos. Pero, no, nuestro periodista no se podía callar. Era incansable. Él no, él no podía cerrar el pico. No, él seguía hablando, ajeno a mis más íntimos deseos.

Ya lo han escuchado ustedes, es increíble y no nos gustaría ser alarmistas, pero me parece que la cosa está clara: o alguien empieza a tomar medidas eficaces o cualquiera sabe si no estaremos asistiendo a una de nuestras últimas emisiones... Isabel, ¿qué sabemos de los ejércitos españoles?

Aquello no lo había dicho yo, aunque eran mis palabras de hacía unos minutos, lo habían dicho en un estudio radiofónico en la capital de España, como si estuvieran leyendo mis pensamientos, pero escucharlo a través del sonido que salía del aparato, ponía los pelos de punta, mi madre me miró, estaba muy asustada. La voz angelical de la tal Isabel continuaba a lo suyo, en su afán de darnos información, con cada palabra, nos colaba una navaja de miedo que traspasaba el alma.

Todas las bocas están cerradas y las tropas acuarteladas, pero no en estado de alerta. Lo podríamos definir, aunque no sea un término muy ortodoxo, como a la expectativa.

Aparecía otra voz desde el fondo de la cama de mis padres.

Buenos días, Javier Ónega, Buenos días, Antonio, Buenos días queridos oyentes. La noticia está en la calle y nosotros hemos recabado información de los líderes políticos y de algún que otro ministro. Los pocos que han querido o han podido hablar. El primero ha sido el Secretario General del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo...

La voz rasposa, portadora de toda la nicotina del mundo, del viejo comunista, al que mi padre no tragaba, se coló por las ondas, ante sus protestas que acallamos...

La situación es crítica y tal y como nos temíamos, o se acaba esto con un inmediato acuerdo de paz, o será la hecatombe. No deseo ser alarmista, pero esta situación es demasiado complicada. Por suerte, y a pesar de los intentos poco disimulados del gobierno de los Estados Unidos de América y del actual gobierno español, todavía España no ha ingresado en la OTAN. El Partido Comunista de España pide con energía y claridad a ambas partes que se sienten a dialogar. Incluso, se ofrece como mediador en el conflicto. Creo, por otra parte, que este es el momento en el que se necesita un Gobierno de Concentración Nacional, en el que se dé cabida a todas las sensibilidades ideológicas que conviven en nuestro pueblo y que están representadas en el Parlamento...

Después de escuchar al veterano comunista, uno no sabía a qué carta quedarse. Parecía que los discursos del pasado, en apariencia anacrónicos, volvían a tomar actualidad, pero la voz de Javier Ónega salía de debajo de la almohada prácticamente sin pausa. Tenía la intuición de que ellos estaban más asustados que nosostros mismos y que con esta especie de verborrea irrefrenable intentaban exorcizar a toda la manada de demonios que parecían haberse escapado del infierno.

El siguiente en ponerse al otro lado del hilo telefónico ha sido el Secretario General de la UCD... Desde luego, la situación es catastrófica, si no se pone fin a esta descabellada escalada bélica inmediatamente. Desde aquí, y agradezco la oportunidad que se me brinda, y en mi nombre y en el de la unión de centro democrático, pido cordura a los dirigentes de ambos países y confío en la Providencia. Personalmente, me quedan ciertas esperanzas puesto que, tal y como me acaban de comunicar extraoficialmente, con carácter de extrema urgencia se reunirá a las cuatro de esta tarde, hora española, el Consejo General de las Naciones Unidas... Me gustaría dejar claro, ya que se me brinda esta oportunidad desde su emisora, que para nuestra Patria, en principio, la situación no reviste mayor peligro que para el resto del mundo, ya que, de momento, estamos alejados del teatro de las operaciones...

Las declaraciones fueron cortadas por una voz apremiante, nerviosa, impaciente, con restos de un atávico temor en el último vibrato de las cuerdas vocales.

Un momento, Javier. Nos llega un despacho importante y urgente de la Agencia Efe. Leemos textualmente.... El Gobierno de los Estados Unidos de América, se ve en la penosa tarea de cumplir el deber al que se siente impelido por la historia y por la serie de hechos que cada día toman un cariz más peligroso para la libertad y la democracia en Occidente. Esta madrugada, en aguas internacionales, y sin mediar ningún tipo de provocación o aviso, un portaaviones de la Armada Norteamericana ha sufrido un ataque procedente de un submarino nuclear soviético. Este atentado contra el territorio de los Estados Unidos de América es el colofón de una larga serie de afrentas que este pueblo no está dispuesto ni a tolerar ni a soportar. Se constata, una vez más, el aumento de la inestabilidad internacional, motivada fundamentalmente por la actitud irresponsable de los dirigentes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que extiende su perniciosa influencia a zonas tan sensibles para el equilibrio internacional como África, los Países Árabes, Latinoamérica y el Extremo Oriente. Además, hay que añadir a todo ello que, según demuestran contundentes informes del Departamento de Inteligencia, la Unión Soviética financia, dota y entrena grupos terroristas que intentan, por la fuerza de la extorsión, el secuestro, el asesinato y, en fin, cualquier otra forma de terror, imponer la ideología marxista, totalitaria y alienante para los pueblos en su conjunto y para cada uno de los individuos que lo conforman. Por la suma de todas estas circunstancias tan peligrosas para mantener el orden, la paz y la libertad en el mundo, los Estados Unidos de Norteamérica deciden cumplir el papel que la historia le demanda en orden a fortalecer y apuntalar definitivamente la libertad, la democracia y la seguridad mundial. Por ello, puestos a la cabeza de occidente, y colmada la paciencia de este pueblo, como baluarte de la cultura occidental, y como salvaguarda de los Derechos Humanos, declara la confrontación bélica contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dicha situación será mantenida hasta la total rendición de las tropas soviéticas y sus aliados, o hasta que, de motu propio, establezcan un calendario concreto, contrastable y creíble para un proceso de democratización, que seremos los primeros en aplaudir por el bien del amado pueblo ruso y del resto del mundo. Dios, que nos guía, bendiga a América... Este parte de declaración de guerra ha sido dado a conocer desde el Pentágono hace unos diez minutos, y viene firmado por el Presidente Ronald Reagan...

La voz de Isabel, a pesar de todo lo escuchado, increíblemente, no había enmudecido, seguía intacta su capacidad de emitir sonidos, y lo que más me sorprendía, sin aparente inflexión de conmoción u otra emoción en su voz.

Perdón, Antonio, nos comunican que en unos diez o quince minutos, su Majestad
el Rey se dirigirá a toda la Nación por radio y televisión.

Tampoco había enmudecido Antonio, que volvió a dar paso a Javier Ónega, a quien tampoco le fallaba la voz. Era increíble acababan de dar lectura al comunicado por el que Estados Unidos declaraba la guerra a los soviéticos y seguían hablando, como si comentaran los últimos resultados de la última jorada de liga. Seguro que era su defensa ante la avalancha que les venía encima, pero a mí me estaban poniendo de los nervios.

Al otro lado del teléfono, en directo, el Secretario General del Partido Socialista Obrero Español. Señor González, ¿ha podido escuchar la declaración de guerra?

Yo no entendía cómo podían seguir haciendo lo que hacían. Estaba paralizado. Mis hermanos lo mismo. Mi padre no se creía lo que estaba oyendo. Mi madre, literalmente, temblaba. Imagino que más de un recuerdo macabro sobrevolaría por su recuerdo. Pero allí seguían las voces, saliendo al frío aire matinal, a través del viejo artilugio.

Es increíble que en mil novecientos ochenta, casi en el ochenta y uno, se produzcan estos acontecimientos que van contra la lógica de la historia y de cualquier mente que se rija por la cordura. Mi primera valoración, que emito a título personal, pues la ejecutiva federal del partido socialista obrero español aún no se ha reunido, es que me parece una injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de otra nación, además de ser una nueva y contundente prueba del espíritu imperialista del señor Reagan. Y aunque se confirmara el ataque sufrido por el portaaviones norteamericano en los términos que han sido leídos por ustedes, el derecho internacional prevé otras medidas, antes que la declaración de guerra. Por consiguiente, sin acritud, y sin poner en duda que los Estados Unidos son aliados de esta país, pero con firmeza, rechazamos con contundencia tan repulsiva acción. Además, solicitamos del Gobierno de la UCD que mantenga informada a la población de todos lo movimientos de las tropas americanas en suelo español. Solicitamos que la postura de nuestro Gobierno, ante la Asamblea General de la ONU que según me acaban de comunicar parece que se va a celebrar esta tarde, sea clara y precisa, contra este movimiento invasor de claro afán neocolonialista. También, con toda energía y firmeza, pedimos que se vuelva a la cordura y que esto no tenga mayores repercusiones que las ya muy graves que ha tenido. Por consiguiente, es nuestro deseo como partido de progreso y como único partido que tiene la verdadera alternativa al gobierno de nuestro país, que el pueblo español sepa que los socialistas apoyaremos en la medida de nuestras posibilidades con toda energía, pero con toda independencia, la acción gubernamental dirigida a conseguir la vuelta a normalidad internacional.

Por fin rompí el silencio de aquel dormitorio, ¡Qué piquito de oro! La cosa ya fue imposible, hasta para los de la radio, y mientras todos esperábamos la intervención del rey, pusieron algo de música.
Y la casa se llenó de los acordes enérgicos, vitales y esperanzados del último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Los de la cadena SER estuvieron bien. Sin embargo, nadie le prestó mucha atención. Todos habíamos palidecido. Mi padre se levantó de la cama. Después de desayunar se preparó un güisqui. Le pedí uno para mí. Sin rechistar, me lo preparó. Le ofrecí un cigarro que encendió un poco temblorosamente. Nadie hablaba. Me asomé, a través de los cristales, por el balcón. Comenzaba a nevar de nuevo, con cierta intensidad. Ni un solo coche, ni los autobuses. La calle estaba desierta. Un silencio angustioso nos envolvía. Mi padre habló con dolor, Esto se acaba. En su voz, creo, también resonaba el eco pasado, pero nunca olvidado, de otra guerra que torció su vida para siempre, aunque el fuera tan niño. Pero me resistía a reconocerlo, al menos en voz alta, a pesar de que yo había sido el primero en decir lo mismo en aquella casa, que era también era la mía, No seas gafe. Pretendía poner esperanza, cuando sabía de sobra que ni yo me lo creía. Y mi hermano aportaba raciocinio, ¿Pero quién lo arreglará la ONU? Mi postura, de pronto optimista y un tanto irracional, era complicada de mantener, tenía que hacer verdaderos ejercicios circenses, Esos, seguro que no; quizá, cuando la cosa esté muy al límite alguien sea capaz de poner cordura..., qué sé yo; lo mismo el único que puede ahora es el Papa.
Dije esto sin pensarlo, como quien pide auxilio en medio de un incendio que le tiene rodeado. Nos miramos, me miraron, y comprendimos, ellos y yo, que, en el fondo, esperábamos un milagro, la intervención de Dios en los acontecimientos; pero, según estaban las cosas, era lo único que nos dejaban que pensáramos... Y esa intuición, a medida que pasaba el tiempo, era la única lógica, por muchas vueltas que le daba. No encontraba a nadie más, persona u organización, en todo el orbe capaz de sentar en la misma mesa a ambos monstruos una vez comenzadas las hostilidades. Salvo el pánico a la destrucción total. Pero, en este caso, ¿llegarían a tiempo para evitar el final?
Mi madre, al vernos a todos así pidió más explicaciones que intentamos que fuesen lo más claras y reales. Y concluí, En fin, que si se les ocurre empezar a mandar misiles nucleares hacia las bases españolas, adiós, y además con las bombas de neutrones, pueden dejar todo el mundo sin nadie...La situación era de nerviosismo y de impotencia. ¿Qué podíamos hacer? Y alguien lo preguntó, ¿Qué hacemos? Se dijo algo obvio, que no fue recibido con aplausos, Esperar acontecimientos, ¿qué vamos a hacer? Protesté con energía, Cuando tengas la bomba en tus narices, me lo cuentas, Ya lo sé, ¿pero qué podemos hacer?
Se empezaron a escuchar las notas briosas del himno nacional. Desconectamos la radio. Enchufamos la televisión. Don Juan Carlos quería mostrarse tranquilo, pero su rostro aparecía tenso, la mirada inquieta y severa, casi adusta, y la tez pálida, a pesar del trabajo de los maquilladores, sus manos estaban crispadas, los nudillos blanquecinos, a veces se percibía un ligero temblor en ellas...

Españoles, en estos duros momentos para la historia mundial, en mi nombre, en el de la Reina, en el del Príncipe de Asturias y las Infantas Elena y Cristina, comparezco ante vosotros con la intención de llevar confianza y tranquilidad a vuestros hogares. Sé que es misión ardua, pero en tiempos difíciles es cuando el temple de un pueblo como el del español, forjado en mil sufrimientos y batallas, ha de manifestarse. Por ello, es mi deseo que, a pesar del sufrimiento y la preocupación que nos embargan, trabajemos por rescatar el don más importante: la paz. Confiemos en la cordura de los hombres y en la providencia. Os pedimos, que en estos instantes de dificulatad y de peligro, olvidemos nuestras diferencias y nos hermanemos como pueblo y trabajemos en nuestra tarea cotidiana con la alegría que caracteriza la nobleza de nuestro espíritu, para que la paz se reanude, a partir de hoy, y de forma permanente. Como Jefe del Estado, como Rey de todos los españoles ya he dirigido mis palabras a nuestros líderes políticos para que en la medida de sus posiblidades, también contribuyan al logro de una pronta vuelta a la normalidad. Desde la Jefatura del Estado, hago votos para que la solución se duradera y justa. Esta no es la hora de buscar a los culpables. Es el supremo instante en el que todos trabajemos para que la paz se enseñoree de este Planeta que ha soportado ya tantas guerras. Sé que el Gobierno español se pone a la cabeza de su pueblo, de todos vosotros que sois personas de buena voluntad, para buscar con todas nuestras energías la paz. Desde ahora, vuestro rey se ofrece como mediador ante los gobiernos de ambas naciones en conflicto. Trabajemos, y que Dios haga el resto. Es ahora cuando la historia nos grita para que demos ejemplo de tranquilidad, responsabilidad y cordura. Estas virtudes que adornan a este pueblo y que están siendo la admiración del mundo entero en estos años de tránsito para nuestra Patria hacia la plena libertad y la plena democracia. En esta hora histórica, os convoco a la unidad y a la búsqueda fructífera de la paz. Españoles, no he tenido a bien suspender ninguna de las garantías, ni libertades constitucionales, pues, en principio, la situación no afecta de forma directa a España. Sin embargo, como Comandante Supremo del Ejército español, y en el ámbito de lo previsto en la Constitución y en el resto del Ordenamiento Jurídico, he ordenado que todos los acuartelamientos estén preparados ante cualquier eventualidad que pudiera surgir en las próximas horas y días. Seguro que el pueblo español, se ha de sentir orgulloso de sus Fuerzas Armadas... Ahora me dirijo al pueblo norteamericano y soviético: convenced a vuestros gobernantes de que lo que hacen es un error que puede concluir en un holocausto sangriento, que tendrá consecuencias irreparables para el resto de la humanidad. No permitáis que por ambiciones políticas de unos pocos, se pueda destruir el mundo entero... Españoles, desde lo más hondo de vuestro corazón, rogad por la paz. La reina y yo, el príncipe y las infantas, ya lo hacemos. ¡Viva España!.

Volvió a sonar el himno, y, relativamente, nos sentimos un poco mejor, pero lo que nos había venido a decir, era que se podía hacer más bien poco. Rezar, trabajar y confiar en que el ejército lo haría bien, y nos habíamos de sentir orgullosos de ello. Esto último no entendí muy bien por qué...
Como si aquellas palabras del rey, no hubieran sido un deseo, sino una orden, comenzaron a oírse coches, y alguna que otra persona salía a la calle. También las emisoras de radio volvieron a cierta normalidad, pero con la promesa de que si surgía alguna noticia, la darían a conocer de inmediato.

Ante este acontecimiento, que cambiaría el curso de la Historia de una u otra forma, yo esperaba que sólo fuera eso y no que la concluyera, ni que nosotros fuéramos los últimos habitantes de este planeta, ¿quién podía pensar en otras cosas?, ¿qué habría más importante? Me di cuenta de que, salvo conocer más datos sobre la noticia y volver los ojos a la divinidad, nada había tan importante. Al menos, en esos primeros momentos de mazazo.
Llamé a David por teléfono, ¿Damos el recital? No hacían falta demasiados preámbulos. En este tiempo había hecho cosas, Ya he llamado al director y me ha dicho que lo demos, que intentemos actuar con normalidad, iba a empezar a llamar a los demás para decírselo... ¿Tú qué piensas de esto? Dije lo que me estaba royendo el corazón, Un milagro nos salvará, lo demás me parece muy improbable, hace tiempo que dejé de creer en la cordura y buena voluntad de los dirigentes, sobre todo de los de esos dos países; joder, David, hay que estar locos para esto, David, tengo miedo, no quiero que esto se acabe. Me respondió con un temblor en su voz, Ni yo, chaval.

Alguien había decidido que teníamos que actuar con normalidad, quizá para evitar que los problemas aumentaran de forma desmedida. Supuse que iba a ser difícil. De todos modos lo intentaríamos, aunque el peso de la espada de Damocles, que había aumentado infinitamente en aquellos instantes sobre nuestras cabezas, hacía que la cuerda de la que pendía se fuera deshilachando... Además, se añadía otra zozobra para mi corazón, por culpa de estos cabestros, a lo mejor me quedaba sin saber lo que era el amor...

domingo, 4 de octubre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (VIII)

El martes se presentaba como un día ajetreado, pero, si hubiera adivinado, aunque fuera por aproximación, hasta qué extremos de dolor iba a llegar, hubiera preferido que el sol no hubiera hecho acto de presencia... Bueno, lo del sol es más que una licencia poética, es pura imaginación e inventiva. Cuando desperté, totalmente agotado por una noche de sueños muy especiales y extraños, observé que todo estaba blanco. Exclamé sorprendido y contento, ¡Pero si ayer hacía sol! En efecto, había nevado, todo tenía una extraña apariencia fantasmagórica, sobre todo, el Puente. Cuando secaba mi rostro, lo contemplaba a través del ventanuco que existía en el cuarto de baño. Lo tenía a menos de cincuenta metros. Mis ojos veían su color cárdeno cubierto por el albo de la nieve y rodeado por el gris plata del cielo. Todo ello, le daba aspecto de gigante que se hubiera enfadado por alguna fechoría y comenzaba a moverse; un estremecimiento me hizo volver a mi toalla. Realmente hacía frío. Mucho frío, por ser más precisos.
Me apresuré a salir de casa, la nieve me atraía como un imán al hierro.
Entonces, recordé, casi seguro que por vanidad, quizá por el mero hecho de recordar, que, cuando presentaron, mi primer libro, dijeron que los mejores poemas eran los relacionados con la nieve.
Mi bufanda roja y larga, bufanda con vocación de estola, que me encantaba llevar alrededor del cuello en todo instante, me la crucé por el pecho. No era cuestión de andar con tonterías. Luego la gabardina. Una vieja gabardina que había abrigado a mi abuelo, creo, que por esnobismo utilizaba entonces. Introduje, con parsimonia, mis manos en unos guantes que un día fueron marrones. Estaba listo. Se abrió todo de par en par. Pensé que la vida me sonreía.
En efecto, y a pesar de lo que más tarde y durante más días sucedió, había amanecido un día más. Entonces me alegré de ello, puesto que, al fin y al cabo, tenía vida.

Inicié la ascensión de la calle muy despacio, me dirigía hacia la Escuela de Magisterio. Caminaba tan lento porque me gustaba contemplar el paisaje nevado, necesitaba empapar mi espíritu de su belleza silenciosa y leve, blanda y breve. Un belleza que había que disfrutar rápidamente, pues podía ser efímera, en cuanto la caldera, el horno de la ciudad, se pusiera en funcionamiento y el aumento de la temperatura ambiente la hiciera desaparecer.
El primer punto hacia donde dirigí mi vista fue al Cementerio, hacia la ladera donde se alzaba, colina, que según la leyenda de la construcción del Puente de Euritmia, ocupaba Valtén antes de la noche de la supuesta batalla. Muchas veces había imaginado los preparativos del enfrentamiento bélico y fratricida. Era una historia triste y hermosa. Me gustaba. A ratos, acariciaba la idea de escribir un romance épico sobre ella.
Después de andar unos metros, contemplaba debajo de mí mismo las heridas que las botas iban dejando en la suave piel de la nevada.
Crucé al otro lado de la calzada. No me di cuenta que, en esos minutos, y en toda la zona, no circulaba ningún coche. Me apoyé en el pretil que cubre ese lado de la subida, ausente de edificios, y contemplé la bajada que desemboca en la Alameda del Óreo. En realidad, los árboles impedían que la visión llegara más allá de cuarenta metros; por el mismo camino, y como arrojada, se distinguía una parte muy pequeña del barrio del Río. Desde allí, no se veía su hermosa iglesia mudéjar, entorno a la que había crecido su primer núcleo; por otra parte nada distinto de la mayoría de los pueblos y aldeas que, sin yo saberlo todavía, corría el grave peligro de desaparecer.
Seguía paseando mis ojos por todos los lugares que me eran conocidos, ignorante de lo que se me venía encima. No me pregunté, por qué motivo la calle estaba desierta, pensé que había salido temprano de mi casa; pero no me preocupaba. Era dichoso contemplando tanta belleza. O acaso, ni me diera cuenta de tales menudencias ante la contemplación del espectáculo que se me regalaba.
Si me giraba, el Puente parecía, aún, huraño. Aquella nevada, por alguna razón que no desentrañaba, no le había favorecido. Lo normal, quizá por la luz, o por la cantidad del prístino elemento caído, era que el blanco elemento lo embelleciera más aún, si ello fuera posible. Unas veces le disfrazaba de anciano abuelo que espera sonriente a que sus nietos se acerquen a pedirle caramelos; otras, parecía vestido con la desmayada túnica de una lánguida doncella a la espera, siempre a la espera, de las tiernas caricias de su eterno amante; si la nieve era iluminada por el sol, parecía un hermoso ángel gigante recién posado en nuestra ciudad, aún plegando sus alas como de algodón; en otras ocasiones, era un vigía cansado por la propia vida, como si la nieve, casi helada, se convirtiera en el uniforme de un guerrero; pero aquella mañana, el Puente no esperaba. Pensé que estaba enfadado de veras y que, en cualquier instante, pondría todo su corpachón en movimiento, para aclarar algún turbio asunto que parecía tener pendiente, no sé si con alguna deidad desconocida, o algo así...
Eran los últimos metros de ascensión, antes de virar hacia la izquierda, siguiendo la curva trazada en la cima de la cuesta. Allí se acababa para mí, la visión del paisaje. Me introducía entre callejas. Por una especialmente estrecha, con sabor a tiempos remotos, tenía que descender hacia la Escuela de Magisterio. La nevada y el frío, que habían convertido aquélla en hielo, la hacía especialmente peligrosa. En su tramo final adelgazaba aún más. Prácticamente, los edificios que estaban enfrentados se tocaban. Al final, hacia la derecha, se abría, y la vista se encontraba con una zona que no era urbana del todo, pero tampoco era un jardín.
Era un amplio rectángulo, casi perfecto. Uno de sus laterales, el del mediodía, lo cerraban los edificios; el lado del septentrión por un amplio seto que limitaba unos frondosos jardines; el límite del orto estaba cerrado por la muralla que, allí era una caída vertical construida, salvo en sus almenas, por el propio roquedal; el cuarto, el de Poniente, en realidad no existía, sino que era el espacio libre por el que circulaba, hacia el edificio en que tenía su sede la Escuela. Los jardines parecían engalanados, preparados para una fiesta, con sus coníferas como vestidas de novia, con su fuentecilla que seguía, impertérrita, manando agua e impidiendo que en su derredor se acumulase la nieve. Una pequeña iglesia románica, San Pedro de los Fijosdalgo, parecía izarse más que de costumbre. Desde principios de siglo, en que ya no se utilizaba como lugar de culto, había pasado a formar parte de las propiedades de la Sociedad de Amigos del País. Pasado el tiempo, la convirtieron en museo de escultura.
Si en vez de ir hacia la derecha, hubiera continuado de frente, habría descendido por un recoleto paseo, y, unos trescientos metros más abajo, habría desembocado en otro de los lados del polígono irregular que dibuja la muralla. Aquel paseo parecía hecho a propósito para llevar de la mano a la amante y escuchar el canto del verderón, o del jilguero entre los árboles que lo poblaban. Por ese lugar, di mi primer paseo a solas con una chica. Fue una tarde repleta de latidos hermosos y a veces descompasados. Una tarde en la que presentí que el problema que tenía que resolver, el único, era el de encontrar pareja. Me había enamorado de ella irremediablemente, pero intuía yo, desde el primer momento, que era demasiado inexperto para hacer las cosas medio regular. Efectivamente, actué con torpeza, casi como un patán, pero ella delicadamente nunca me echó en cara nada. Simplemente no me quería. Como mucho, y según recuerdo vagamente que me dijo, me estimaba. Demasiado poco como para compartir una vida.

En fin, recuerdos.

Allí, a mi derecha, descansaba la mole triste, abrumadora y fea de la Escuela, donde estudiaba, no por perder una apuesta, que decía Javier, sino por un poco de desconocimiento de las posibilidades de otras carreras, y, un mucho, por imposibilidad económica de mi familia, que no se podía permitir el lujo de pagarme una carrera de cinco años, ¿quizá más?, en Madrid, y, también, por mucho de romanticismo, pues, desde niño, había dicho que lo que me gustaba era enseñar. Lo cierto, es que no estudiaba en exceso. Desde el primer momento, me topé con las Matemáticas, o ellas conmigo, pues nunca dejé que entraran en mi vida, y allí supe que no podría obtener la ansiada plaza directa que resolvía de inmediato el futuro profesional, por lo que mi aspiración era pasar los cursos sin sobresaltos, abocado a unas competidas oposiciones, o a un contrato en la enseñanza privada. Me esforzaba, pero quizá me reservaba muchas energías. De todos modos, y salvo esa asignatura, que apunto estuvo de mandarme al traste, tras una angustiosa quinta convocatoria, no tuve ningún problema. Incluso, en algunas materias, obtuve brillantes calificaciones.
Una persona que tenía un especial predicamento entre el alumnado era el bedel. Sonreía casi constantemente y fumaba. Fumaba mucho. Ahora que lo pienso, entonces, los que fumábamos, fumábamos mucho. Yo intuí que le gustaba su trabajo, pero, fundamentalmente, le gustábamos nosotros, sobre todo, como él decía, cuando éramos educados. Era, pobre hombre, el encargado de repartir lo que a cada uno le había deparado su suerte, y su esfuerzo, durante un año. Nos hacía más fácil el rato a lo que teníamos algún “suspensejo”, como él los llamaba.
Aquello me gustaba más bien poco. Había de reconocerlo. Lo percibía, más que como una carrera universitaria, como una prolongación del bachillerato. No sé, demasiadas asignaturas, poco afán investigador. O es que yo era utópico, también en eso, al pedir de la Universidad algo para lo que, a pesar de todo, aún no estaba preparada.
Divagaciones.

Iba con estas cosas y, entonces, es cuando realmente, por vez primera, me percaté de que eran casi las nueve de la mañana y nadie había llegado a clase. Una especie de duda amarga subió por mi pecho y se me agarró a la garganta con fuerza, pero decidí entrar. En realidad, y llegados a ese punto, no podía hacer otra cosa.
Por fin, me olí algo extraño y no precisamente bueno, pero no algo tan grave y tan radical. A mi alrededor solo silencio. Subí hasta la clase. No había nadie. Busqué al bedel, y me lo encontré saliendo de la sala de profesores, descubrí que estaba pálido.
Los profesores, los pocos que habían llegado, que permanecían en la sala estaban del mismo color. Como si todo rimara en consonante con el paisaje.
En pocos segundos, también yo me camuflé con el día. A lo mejor, fue una reacción del organismo generada de forma refleja. A lo mejor, el ser humano, como otros animales, tenía la capacidad de hacerse mimético con el entorno, cuando el acechaba la muerte, la destrucción.