Cómplices

Advertencias y avisos

Querido lector, querida lectora a partir de este momento, Euritmia en la Red ha eliminado de sus contenidos la novela corta "Alas rotas", cuya primera versión fue escrita en el verano de 2003.
Como explico en el post correspondiente la razón se debe a que la editorial "La Esfera Cultural" ha decidido publicarla en papel.
Puede adquirirse si pulsáis en ESTE ENLACE

VERSIÓN EN AUDIO DE ALAS ROTAS

Introducción a la versión en Audio.

domingo, 29 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XVI)

En casa se extrañaron de verme tan pronto de vuelta, Me han hecho liquidación en la empresa, por todo lo que me restaba de contrato, por si acaso. Ese fue mi único comentario. Había vuelto sólo para dejar el dinero, no sabía qué hacer con tanto en el bolsillo. Una vez que se lo di a mi madre, como cada mes, salí nuevamente, Me voy al Instituto para el recital, Ahora vamos nosotros, oí mientras cerraba con energía la puerta.

Eran las seis menos cuarto de la tarde. Estaba nervioso y mareado. Tenía tiempo más que de sobra. Tanto quejarme la víspera por la hora y seguro que sería de los primeros en llegar.
Crucé por el Puente sin mirar a los coches, que seguían siendo muy escasos. Más de uno, no obstante, hizo sonar su claxon ante mi imprudencia, pero ese pequeño detalle no me importó.
Subí al Instituto ahilado al Puente. El tímido sol que hizo acto de presencia, no había eliminado prácticamente nada de la nieve. Era muy difícil, pues, cuando venció a las nubes ya estaba muy bajo y cansado, y en pocos minutos se retiraría a descansar unas cuantas horas.
Volví recordar que el Puente, cuando le vi cubierto por la nieve, me pareció alterado. No sé si sólo caminaba y pensaba, o más bien murmuraba: No me extraña que te enfades, después de tantos años en pie, y ahora, por menos de nada te destrozan; claro que si el americano tira la bomba de neutrones, no te pasará nada; sabes, viejo compañero, estos americanos son muy sensibles con los edificios, y con la limpieza; además, será una muestra de su cultura, ésa que no tienen; sí, deberíamos escribirles, ¿no te parece?: Estimado Mr. Reagan, por la presente, y como ciudadano de una locoalidad ubicada en este mundo, seguro de que su preclara mente lo entiende, solicito que esta ciudad de Euritmia sea ejecutada mediante el lanzamiento de bombas de neutrones. Es súplica que espero conseguir de su magnanimidad, en aras a respetar su famoso Puente, y resto de sus valiosos monumentos, atentamente en Euritmia a tantos de tantos y bla, bla, bla...
Me detuve junto a uno de sus pilares y le miré conmovido, como si realmente me escuchara. ¿Tú para qué quieres permanecer en pie, si nadie se besará junto a ti?, ¿a qué sí, viejo amigo? Y sentí un calambrazo procedente de sus viejas rocas, aquellas que los primeros euritmitenses colocaron, después de que Hormisdas y Valtén hicieran las paces, tras la valiente acción de su madre, Acela. Al acordarme de la leyenda, otro pensamiento vino a mi mente, naciste como fruto de la paz, espero que sigas siendo su señal.
Me di cuenta de que empezaba a no relacionar los acontecimientos y las ideas con un mínimo de cordura. Dudé si todo aquello era producto del día o de la bebida... O de la mezcla de ambos. O simplemente ya estaba loco. Es sabido que el pánico puede producir tremendos cortocircuitos en los cables que unen las neuronas del cerebro.

La verja de entrada al Instituto era de hierro y estaba desvencijada.
Recorrí el patio como un general mirando de un lado a otro. Estaba desierto. Los viejos cedros del Líbano tenían los brazos cansados, tras soportar durante toda la jornada tantos kilos de nieve... En su interior, no obstante, se oían voces, lo que quería decir que hasta habría público, con un poco de suerte.
A la izquierda de la entrada, se encontraba Javier hablando con una señora. Cuando me vio se acercó, Oye, que están deseando que empiece esto. Tienen ganas de tranquilizarse un poco, Eso nos hace falta a todos, No hace falta que lo jures, ¿Dónde vamos a recitar?
Nos indicaron el camino. Una vez comenzado éste, a mi izquierda reparé en un Belén confeccionado por los propios alumnos. Nos quedamos mirando. Dije como sorprendido, Estamos casi en Navidad, Pues vaya navidades, ¿Quién sabe?, Estamos condenados a morir, y si hay quien sobreviva, estará destinado a vivir en un planeta destruido e irrespirable, ¿qué te parece?, Espero que esto se arregle, ¿no tienes alguna esperanza? Me miró creo que con lástima. Repetíamos la conversación matinal, Después de cómo ha acabado lo de esta mañana, no, y no sé qué hacemos aquí, para mí nada tiene sentido, A pesar de todo, a mí sí que me vale todo lo que he dicho esta mañana: intentemos poner algo de belleza, algo de sentido común, ¿quién sabe? Me contestó su silencio mustio. Seguro que pensó que yo era un cabezota, acertó. O que definitivamente había enloquecido. Podría ser.
Llegamos a un lugar que estaba rematado por un techo transparente en forma de cúpula. Tenía cuatro entradas. El espacio era casi circular. Sentí que pasábamos a otro mundo. El suelo estaba cubierto por una gigantesca alfombra de color rojo y por bancos destinados al público. Pasamos por una especie de estrecho pasillo trastero para dejar las prendas de abrigo. Preparamos un par de mesas y las sillas necesarias para sentarnos. Vi a una conocida, Hola Charo, ¿Pero vais a ser vosotros los que recitéis? Sonreí, Ni que hubieras visto a un monstruo. También vi a Pili y a Cari, ambas del Club, Hola chicas, ¿os vais a quedar? Se miraron como si les diera un corte tremendo decir la verdad, o sea que a ellas la poesía les atraía más bien poco. Al final, denegaron con el gesto, un poco azorado. Les sonreí, como diciéndoles que no pasaba nada, además me había comprometido a dar un mensaje, Por cierto, Cari, dice Charli que andará por la Plaza a eso de las ocho. Se despidieron con unas risas. Lo que yo decía, con el amor no podían ni las guerras. Por lo menos, con ese loco y apasionado amor de los jóvenes.
Llegó David muy traspuesto, pálido, demacrado, Hola chicos, ¿qué tal?, Ya ves, aguantando el temporal como se puede, ¿Quién falta? Como siempre, preocupado por la puntualidad, los detalles de la organización, hasta en esa situación. Javier hizo rápido recuento, Fabián, Begoña y Míkel, no creo que tarden ya.
Como si le hubieran oído, se hicieron presentes los tres, acompañados de Almudena, que, aunque no recitaba con nosotros, no se perdía ni una sola de las actuaciones.
Cuando vi a Fabián, me pareció que andaba como si flotara. Al mirarlo de cerca, observé, además, que traía los ojos muy extraños. Llevaba muchos años sin beber alcohol, a causa de la medicación que tenía que tomar, y, probablemente, aquel día ingirió más de la cuenta. Me dirigí a él, un poco preocupado, ¿Qué tal?, Yo que sé, creo que mal, he bebido demasiado, me noto muy extraño, como si levitara, tío. Hablaba a trompicones, pero logró concluir, Espero no hacer ninguna tontería, contrólame un ratillo, ya se lo he dicho también a Míkel, creo que si pasa media hora y sigo igual, habré pasado lo peor. Lo que me faltaba, por si tenía pocas preocupaciones, debía de estar pendiente de Fabián. Me acerqué a David, llamamos a los demás y alteramos el orden de actuaciones. Me colocaron en segundo lugar, el que debía ocupar Fabián, y a él le pasaron al último, el que me correspondía a mí. Al decírselo, asintió más relajado. Quizá pasando ese tiempo, unos treinta minutos, sería suficiente para que un mínimo de aplomo regresase a su ser
Llegó el director del Instituto, se le veía preocupado, como a todos, Muchas gracias por haber venido, este acto se ha convertido en la clausura del trimestre: nos ha llegado la orden de que se suspendan las actividades lectivas; el centro ha de permanecer abierto para quien quiera venir, pero no habrá clase, ¿Eso vale también para las universidades?, Creo que sí.
Teníamos vacaciones anticipadas, qué bien.
En ese momento llegaron Gabi, Enma, Fer, Noelia, Pedro, Alicia, Pepe, Mario, Cristina, Rulos, Almudena y Mamen. Fue una verdadera sorpresa que me llenó de alegría. Les saludé desde lejos alzando mi mano, y con una sonrisa de oreja a oreja. Quería que supieran que agradecía su gesto en todo lo que valía. Cristina fluctuaba en aquel grupo, era como el Guadiana: aparecía una temporada, desaparecía, volvía... En todas partes actuaba del mismo modo. Ella se llevaba bien con todo el mundo y no estaba con nadie. Era una persona que destilaba alegría por todas partes, pero yo sabía que sufría mucho en su casa, donde tenía unas desavenencias bastante importantes con su padre y uno de sus hermanos. Pero las superaba como podía. Rulos era corpulento, con gafas metálicas, usaba barba. Era un poco mayor que nosotros. Era muy solitario. A veces, se hacía un poco pesado. Buscaba compañía. Almudena era, sobre todo, extrovertida. El pelo casi rubio, siempre revuelto en una melena eterna. Mamen me resultaba extraña, desconcertante...
También llegaron mis padres, mis hermanos. Me fui hasta ellos, Oye, cuando acabe me iré con estos, Vale, pero no bebas mucho, No nos dará mucho tiempo, hay que volver pronto. Concluí con un guiño a mis hermanos, Además, no creo que queden muchas existencias.

Dejamos pasar unos cuantos minutos más, por si había algún rezagado. Era preferible empezar con demora a tener que soportar las interrupciones. Las interrupciones, sobre todo al principio, se hacen fatales. No sólo destrozan la lectura de un poema, se puede romper todo el ritmo del recital.
Eran más de las seis y veinte, así que el director del Instituto nos presentó, tras unas palabras en las que agradecía nuestro gesto de mantener el recital, y agradecía, también, a las autoridades que hubieran respetado la convocatoria a pesar de que algunas libertades constitucionales habían sido suspendidas.

Ninguno de mis compañeros varió sustancialmente el contenido de sus versos, igual que yo. No sé si porque no había habido tiempo, o porque pensaron lo mismo: podrán acabar con el mundo y con sus habitantes, pero no acabarán con la poesía, con la nuestra ni con otra. Además, en toda nuestra obra latía el corazón del hombre en diferentes aspectos. No había mejor momento, para que el ser humano fuera abarcado en su totalidad, y, al menos de forma simbólica, fuera salvado, o fuera contemplado como un ser digno de compasión.
El recital resultó un éxito. A Fabián se le pasó suficientemente el malestar, con lo que recitó sin problemas. Creo que los asistentes, al menos, pudieron desconectar del grave problema. Aunque pudo producir melancolía en algunos de ellos, sobre todo los versos de David, tan pegados a la tierra, y de la que parecía que nos querían expulsar.
Aquel lugar, por un par de horas, se convirtió en una pequeña capilla de la poesía. Allí alzamos nuestra voz humilde, pero firme, en una oración de alabanza al ser humano en cada una de sus facetas, al menos las facetas más dignas. Quizá la palabra que menos se escuchó fue la de muerte. Lo cual no dejaba de ser un tanto paradójico dada la situación... En fin, que, en conjunto, escribimos una hermosa oda dedicada al ser humano, a ese mismo que alguien, sin motivos, quería aniquilar, para siempre. Recuerdo que pensé, Ojalá que no sea el epílogo de la especie humana.
Pero por si acaso, por si aquello ocurría, justo al final de la lectura improvisé dos versos, los único que recuerdo que aquella noche:
Mis versos serán el fusil de esta trinchera...
Serán tus besos el color de mi bandera.

Y mientras los recitaba, en el interior de mi pensamiento revoloteaba su sonrisa ausente, como me había temido durante toda la tarde.

domingo, 22 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XV)

En el banco la actividad era inusitada.
Cuando entré, me encontré con que los guardias civiles, tenían la radio pegada a los oídos, y las armas reglamentarias dispuestas. Eso se nota rápidamente. No hace falta más que mirar la tensión en sus rostros, la mirada más despierta que la de un perro perdiguero al acecho, la postura de las manos sobre el subfusil...
Me acerqué a ellos, '¿Dicen algo nuevo?', 'Escucha'.
El ejército aliado informa que tiene controlado todo el área de la República Democrática de Alemania. Tras una jornada de intensas y duras luchas, no ha tenido más remedio que utilizar armas nucleares. Lamenta, por este conducto, el daño que pueda haber causado a inocentes, pero la situación lo exigía. Por fin, y tras tantos años, comienza la liberación para los pueblos que fueron tomados por las hordas comunistas...

Me salió de dentro, 'Serán hijos de puta... Sacan las armas nucleares como el que saca un cigarrillo... Si es que no pueden dejar de ser unos cowboys', '¿Qué va a quedar de nosotros?' Después de un silencio teñido de impotencia, me preguntaron, supongo que por volver a lo próximo, a lo que no mataba, '¿Para qué has venido?' Me encogí de hombros, estaba abrumado, 'Tendré que trabajar, aunque sea hacer acto de presencia'. Señalaron a los empleados, 'Pues vas listo. Tienen orden de que todas las sucursales del Banco permanezcan abiertas. Así que...'
Llegaron las mujeres, que estaban todavía más asustadas que nosotros, 'Buenas tardes'. Miraron al frente y quedaron extrañadas, '¿Por qué están trabajando?', 'Tienen que tener todo en orden, por si hiciera falta cualquier cosa', 'Yo que sé... Ha venido un despacho de Madrid, y aquí está todo el mundo a tope', 'Bueno, ya lo veis'.
La señora Primi, que había perdido su bondadosa sonrisa preguntó, '¿Y para quién van a contar los billetes?' Me uní a su pensamiento, 'Esto es de locos'.
El director de la sucursal con aspecto agobiado y tenso apareció en el patio. Él que no tenía subfusil entre las manos, es como si lo llevara en la mirada, dispuesto a cualquier cosa con tal de salir vivo de aquella. A penas le había tratado.
El primer día en que trabajé en la sucursal, muy educadamente, se acercó hasta mí para conocerme y ofrecerme su total colaboración en lo que me hiciera falta. Después tuvimos poco contacto, o ninguno. Saludó a los presentes, la señora Carmen, como encargada de la limpieza, se hizo, de inmediato, portavoz del grupo, 'Buenas tardes, don Mateo'. Casi sin mirarnos, se le notaba muy nervioso, se dirigió a nosotros, 'Oigan, esta tarde se pueden ir porque vamos a estar trabajando; mañana tampoco vengan; y pasado mañana, bueno, si es que todavía no ha pasado algo peor, se pueden pasar por aquí, seguro que tendrán mucho trabajo... o eso espero'.

Pronunció de tal modo las tres últimas palabras, que sentí un escalofrío intenso. Hasta ese momento, nadie tan cercano a mí había certificado la desesperanza que nos agobiaba a todos. Una desesperanza que se parecía en todo a la desesperación, para qué vamos a engañarnos.
Ahora pasados los años, es como si aquellas palabras, o las que verdaderamente emitiera, suenan, me suenan, de otro modo, acaso con menos aristas de sangre que en aquel momento, como difuminadas, pero en ese preciso instante de la tarde helada, fueron como una daga que se introdujo en mi mente, de la que brotó algo muy semejante al pánico.

Se oyó un teléfono. Casi al instante una voz preguntó, '¿Ha venido la señora Carmen?' La aludida palideció y se acercó. Nos quedamos mirándonos asustados. Aquel día nos asustaba cualquier cosa. La señora Carmen volvió donde estábamos, 'Era la Dioni'.
La señora Dioni era la cuñada del hermano del dueño de la empresa que tenía la contrata de la limpieza. O sea, la sucursal de la empresa de la limpieza en Euritmia. Fue quien me contrató, y quien nos pagaba, en metálico, religiosamente, cada final de mes.
Leo preguntó, '¿Qué quiere?', 'Dice que la esperemos, que viene a hacernos la liquidación, que se lo han dicho desde Madrid, por si pasara algo'. 'Si pasa algo, nos quedamos sin trabajo'. 'Si pasa algo, nos vamos a quedar sin nada, así que mejor no protestar'. 'Total, nos va a dar igual'. Como una ráfaga traviesa, me cruzó el pensamiento de que, al menos, podría acudir al Tribunal del Señor sin deudas pendientes con sus trabajadores.
La señora Carmen se dirigió al director que aún estaba por allí, 'Don Mateo, que me ha llamado la Dioni, que quiere hablar con usted, que le trae una carta, o un telegrama, o una nota, no me he enterado muy bien, del jefe de nuestra empresa'. Con un gesto de impotencia, el director de la sucursal contestó, 'Cuando llegue, que pase al despacho'.
Me preguntaba para qué iba a querer el dinero si al día siguiente podía estar muerto. Me lo preguntaba con claridad etílica. Me senté a fumarme un cigarro. Cuando la primera bocanada templó mi garganta, también pensé que después del recital no pasaría nada, que quizá pudiera verla, que a lo mejor podría invitarla a algo más sustancioso que un café con leche o un cubata bien cargado. En realidad pensé otras cosas....
Iba vestido de negro, ya que cuando actuaba en un recital en invierno usaba ropa de ese color, '¿Ya estás de luto?', 'No estoy para chistes', 'Qué sensible, chaval, sólo quería alegrar un poco el patio', 'Perdona, pero con el día que llevo...', 'Anda, y los demás, mira éste', 'Sí, claro'. Callé una vez más y me metí en mis cosas. La noticia de la utilización de las armas nucleares tan cerca de nosotros, en Alemania, me había hecho daño. Era como si el otro lado de la pinza carnívora se hubiera puesto también en marcha. Primero Rota, ahí mismo, ahora Alemania. Sentía el aliento de la bestia junto a mi nuca, como quien dice. El nerviosismo se me acumulaba.
De pronto, pasó un avión por encima de nuestras cabezas, todas las máquinas quedaron paradas por unos segundos. Cuando el ruido se extinguió, los empleados comenzaron a teclear con una furia extraña, pero al mismo tiempo ancestral. No sé si querían demostrar que estaban vivos, o que aquello no iba con sus personas. Todos se lo agradecimos inconscientemente. Era mucho más agradable ese jaleo que el sonido del peligro zumbando por nuestro corazones.
Se oyó otra voz que no identifiqué, confusamente pensé en la voz del oráculo, 'Por favor, escuchen lo que dice la radio'. Todo el mundo paró de nuevo. Supuse que toda la jornada había sido un constante parar y arrancar de nuevo.

Ante los terribles sucesos acaecidos en la República Federal Alemana y en la República Democrática Alemana, y de los que no se han tenido conocimiento hasta hace unos cuarenta y cinco minutos, el gobierno del Reino de España, de forma unilateral, proclama su neutralidad en esta conflagración. Anula, por este comunicado, de forma expresa su anterior declaración de unirse al Organización Naciones del Atlántico Norte y entrar en guerra contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el Pacto de Varsovia. Asimismo, y como garante de la integridad territorial del Estado, y de sus personas, anuncia que ya le ha sido comunicado al gobierno de los Estados Unidos de América que dispone de un plazo de setenta y dos horas para abandonar sus bases militares en territorio español. Si este plazo no fuera respetado, el gobierno español, a la cabeza del pueblo, tomará las medidas que se estimen más eficaces, en orden a la protección de las vidas y las propiedades. Desde este mismo momento, cualquier avión no autorizado que sobrevuele el espacio aéreo español podrá ser derribado por nuestras Fuerzas Armadas. Del mismo modo, se actuará con cualquier tipo de embarcación que surque aguas territoriales españolas sin la debida autorización e identificación. En orden a facilitar la evacuación de los bienes y personas estadounidenses del suelo español, por el espacio de tiempo antes indicado, se cerrarán todos los pasillos aéreos para que estos sean usados exclusivamente por los americanos. El gobierno español, manifiesta su más enérgica protesta ante el giro de los acontecimientos, sobre todo, por el uso indiscriminado de las armas nucleares que pueden concluir con la vida en este Planeta. Desde la neutralidad ya proclamada, ofrece todos sus esfuerzos diplomáticos que lleven la vuelta de la paz.
Seguiremos informando.
Sentí alivio, 'No sé cómo podremos ser neutrales, pero me gusta', 'Anda que los gaditanos se van a poner contentos'. Seguí pensando en voz alta, claro que lo sentía por los gaditanos, pero me preocupaba más el futuro, 'Ahora nos queda una esperanza un poco mayor'. De nuevo, una pregunta en la que latía el miedo, '¿Y si los yanquis no se largan?' Di mi opinión, 'Se supone que tendríamos que echarlos, ¿no?, así que adiós bases. No es que nosotros nos aliemos a los rusos, sino que se abrirá otro frente distinto, y ahí, a lo mejor entra en juego Hispanoamérica; Seguro que Cuba nos apoya, y eso que ellos también lo tienen complicado; así que si no se va se abre otra danza y seguro que a los yanquis no les interesa tantos bailes'.
Parecía que el humor me volvía, pero era una tapadera. Intuía que si los yanquis no se largaban me tocaría adelantar mi hora de entrar en el ejército. Sólo me faltaban once meses para entrar en la Caja de Reclutamiento... En ese caso a quien realmente le tocaría bailar sería a mí.
Llegó la señora Dioni a pagarnos. Cobré un cheque al portador que podían librarme en el mismo Banco. Setenta y siete mil trescientas cincuenta y cuatro pesetas, que no dudé hacer efectivas en ese preciso momento. Me disponía a volver a casa, cuando subieron el volumen del aparato de radio. Aquello era velocidad, sí señor.
El Gobierno de los Estados Unidos de América, lamenta profundamente la actitud del Gobierno de España. Pero, para evitar males mayores, acepta las exigencias españolas, en espera de que esta decisión contribuya a bajar la tensión en la zona. No obstante, califica de apresurada la resolución hispana y aboga por la inmediata reapertura del diálogo, en aras a evitar la extensión de la ideología marxista. Una vez que las tropas norteamericanas hayan abandonado el territorio patrio, será el Ejército español quien tome posesión de las bases militares. Los ejércitos de tierra, mar y aire continúan en estado de máxima alerta. Se mantiene el toque de queda.
Seguiremos informando.
Salí corriendo. De nuevo, me sentía contento. Aunque tanta tensión acumulada afectaba a mi equilibrio emocional. No sabía cómo iba a acabar ni aquello, ni yo mismo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XIV)

Decidí ir al trabajo. Por lo menos, para presentarme y ver cómo estaban las cosas por allí. La verdadera razón es que no podía estar en casa sin hacer nada, mano sobre mano. No es que fuera a hacer mucho más en el banco, pero hablaría con otras personas distintas.
La nieve había dejado de caer definitivamente y el sol peleaba con las nubes por ver quién ganaba la batalla, esa batalla no mataba a nadie.
Parecía que acababa de amanecer de limpio que estaba el suelo, poco había abandonado su casa la gente que vivía por allí.

Antes de llegar, justo en la Plaza del Engaño, me encontré con un escritor conocido mío, que habitualmente vivía en Madrid. Era un escritor de cierto éxito en aquellos momentos. Una novela suya había sido finalista en uno de los grandes concursos literarios del país. Se rumoreaba que iba a ser llevada a la pantalla de cine. Aquella novela, como casi toda su obra, además de divertida, era ácida, corrosiva, vital, caricaturesca, llena de hipertrofias que ayudaban a entender mejor lo que pretendía contrar, con un trasfondo de amargura que algunas veces sorprendía yo en su mirada, tan miope. Usaba cerrada barba negra. Fumaba con dedicación absoluta y golosa. Bebía con contundencia absoluta y gozosa. Era un conversador nato y ameno. Cuando podía, procuraba hacerme el encontradizo con él. Aquella tarde fue pura casualidad el que nos viéramos. Era cojo, y tal minusvalía le hacía más complicado transitar por las calles en la situación en la que se encontraban. Caminaba con cuidado, y parecía que en realidad iba de puntillas. La imagen del cojo vestido con tutú y ejecutando un complicado paso de baile me hizo sonreír. Justo cuando nos saludábamos cayó de un árbol una porción de nieve. '¡Cuánto bueno, Ramón!, ¿qué haces por aquí?, te hacía en la capital'. Me miró sorprendido, 'Allí me voy a quedar, con la que está cayendo, como les dé a los rusos por atacar Torrejón, no queda ni el apuntador, así que me he hecho el petate y aquí estoy; he llegado hace un par de horas'. Tenía ganas de enterarme cómo iban las cosas de verdad en Madrid, lo que la gente pensaba, '¿Hay miedo?' Se sonrió con cierta amargura, '¿Qué si hay miedo...? Más, mucho más del que te puedas imaginar; como esto no se arregle pronto, Madrid se queda sin gente, te lo digo yo...' Quiso cambiar la conversación, '¿Qué haces por aquí a estas horas?', 'Pues nada, que como no puedo parar quieto en casa, he dicho que iba al curro, aunque tampoco me apetece limpiar cristales'. Lo pensé sobre la marcha, 'Vente a tomar una copa, aquí en la Cueva; está ahí mismo, es el bar del padre de un amigo'. Intentó escabullirse, 'El caso es que tenía que hacer un par de cosillas... '
Mientras nos acercábamos lentamente, con prudencia, a pesar de ir agarrado a mi brazo, permanecimos en silencio. Un silencio denso y expectante. Yo pensaba en que la situación en la que nos encontrábamos, por lo absurdo, se parecía a los argumentos de sus novelas. Me había leído, al menos, tres. Las tres hilarantes, descarnadas, con elevados momentos de lirismo y con no menos elevados momentos de crudeza, como si en vez de escritor, fuese cirujano de almas y de situaciones. Cuando llegamos a la Cueva, no pude por menos de saltárselo, 'Venía pensando que todo esto parece que se te ha ocurrido a ti'. Me miró dubitativo. No sabía si era una crítica o un halago, 'Pues no sé qué decirte, quizá, pero en el fondo a nadie le ha pillado de susto: con el anciano ruso en Moscú, y el viejo cow boy de tercera en la Casa Blanca, cualquier cosa'.

Nos saludó mi amigo, que aquella hora de las partidas sustituía a su padre en el bar, 'Buenas tardes, ¿qué os pongo?' 'Hola Charli', le saludé. Hice las presentaciones, 'Este es Ramón, un gran escritor'. Pedí mi consumición, 'Para mí un medio de ginebra con limón...,' 'Ya vas fuerte, bueno, para mí otro', 'Encantado de conocerle'. Charli era otro miembro de Club. Ayudaba a su padre con el bar y estudiaba Formación Profesional. Últimamente coincidíamos bastante, sobre todo, porque teníamos un pasatiempo común, que algunas tardes parecía un vicio: el mus. Seguí sondeando al escritor, 'Y ¿cómo te has enterado de todo este tinglado?', 'Pues me estaba despertando del último sueño, a eso de las ocho, cuando zas, he escuchado la noticia: casi me caigo de la cama; ni he ido a trabajar, ni nada que se le parezca; pero creo que ha sido peor, cada noticia que iban diciendo me asustaba un poco más; así que hemos decidido que para acá nos veníamos'. Yo le conté, por encima, cómo se habían vivido esas horas en Euritmia. Asentía, 'A estos yanquis les rebanaba el pescuezo y a los rusos las orejas'. Quise ver qué opinaba sobre los últimos sucesos, 'Anda que lo de Rota, Hirosima versión hispánica'. Bebió un largo trago y me contó algo muy concreto, algo que dotaba de carne y hueso al horror, 'De hecho, tengo un primo por allí que ha llamado hace un rato, ya estaba cerca de Badajoz; se ha salvado por los pelos; creo que se viene para acá; el muy iluso pretendía llegarse a Madrid, pero le hemos convencido de que esto, aunque le pille un poco más lejos, es más seguro'. Bebió otro largo trago, dejando que la noticia se aposentara en mi cerebro. Realmente era terrible. Una invitación suya me sacó de mis pensamientos, '¿Después del trabajo te apetece venirte a tomar una copa a casa?' En otra situación me hubiera encantado, 'No puedo, tenemos un recital'. Le dejé como traspuesto, '¿Un recital, hoy?' Dudé. En el fondo esas mismas interrogantes me asaltaban a mí, 'Sí, bueno, la verdad es que lo hemos dudado hasta última hora, pero hemos decidido mantenerlo'. Era evidente que aquella explicación no era suficiente, eran necesarias más aclaraciones, 'Al fin y al cabo, si alguien tiene capacidad de aguante, puede ser bonito, más que nada por el contraste'. Y como si se tratara de una chicuelina, abroché un poco más mi explicación, 'A pesar de esta locura en la que nos han metido, todavía nos quedan cosas que le dan un poco de sentido a esta vida, y la poesía es una de ellas'. Ahora el que dudaba era él, 'Sí, visto así, puede ser... ¿Qué se debe?' Charli se acercó, con su habitual sonrisa que se le salía por los ojos, 'Estáis invitados'. 'Pues', dijo Ramón, 'Pon otros tres y tómate la copa con nosotros, si quieres', 'Encantado'. En cuanto hubo preparado las bebidas se acercó con ellas, antes de emitirla, adiviné su pregunta, '¿No estáis asustados?', '¿A ti que te parece?' No se ruborizó al reconocer su miedo, él que de modo natural tendía hacia la fanfarronería, a cierta pose de valentía, 'Yo los tengo tal que aquí arriba'. Me fijé en él. Efectivamente era una de las caras que mejor reflejaba el miedo de las muchas que había visto a lo largo del día.
Volví a la idea que me había surgido cuando me encontré con el escritor, 'Esto es mucho peor que tu última novela', 'Ya lo creo, comparado con todo esto, aquello era un juego de niños', 'Aunque fueran viejos'. Todavía me restaba algo de sentido del humor. Pagó aquella ronda. Quiso salir, pero se lo impedí, 'Ahora pago yo; pon otra ronda, Charli', 'Tú lo que quieres es emborracharme y que te cuente el argumento de mi próxima novela, para robármelo'. Le sonreí, 'Pues ahora que lo dices, no sería mala idea, como tendré tanto tiempo libre en la eternidad para escribir, me harán falta argumentos'. Me puse serio, '¿Quién sabe si es la última vez que hacemos algo de esto?' Así que se quedó. Aunque se le notaba azorado. Fue imposible mantener una conversación un poco sostenida. Sus respuestas eran poco más que monosílabos. Poco a poco, el silencio cayó entre nosotros. Acabó rápido su consumición. Se excusó. Prometió que intentaría ir al recital. Yo sabía que no lo haría. Salió.

Un frío de tarde invernal se arremolinó a la entrada del bar, cuando abrió la puerta. El denso humo de los puros que atormentaba mis ojos, huyó, como desasosegado. Charli me interrogó, '¿Qué piensas hacer esta tarde?', 'Si los rusos o los americanos me dejan, dar un recital de poesía; luego darme un voltio, y pronto a casa', '¿Y mañana?', '¿Sabes acaso si mañana amanecerá?'
Me miró más asustado aún. Comprendió. El alcohol estaba empezando a hacer su efecto. Me soltaba la lengua, y eso podía ser peligroso, pero me daba igual, no sabía si mañana amanecería. Me despedí, 'Bueno, me voy hasta el banco', 'Oye, si quieres, cuando salgas pásate por aquí y vamos juntos al recital', '¡Ay pájaro que tu quieres ver a quien yo me sé!' Sonrió y se puso colorado. También le sonreí, 'Vale aquí estaré... Por cierto, has visto a esta', '¿A quién?', '¿A quién va a ser?', 'Ah... No, esta mañana no la he visto'. Y me guiñó un ojo.
Cuando abrí la puerta, sintiendo el intenso frío que me esperaba afuera, me llamó, 'Ahora que me acuerdo, no voy a poder ir: el viejo me ha dicho que hasta las siete y media no venía'. Entendí el verdadero mensaje, y no me importaba que no estuviera, a él la poesía no le decía gran cosa, así que decidí atender a su ruego oculto, '¿Si la veo, le digo algo?', 'Que a eso de las ocho por la Plaza'.

Al fin, cerré la puerta y con paso no muy seguro, me encaminé hasta la sucursal del Banco de España.
No estaba borracho, aún, pero faltaba realmente poco.

domingo, 8 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XIII)

La comida fue tranquila, todos deseábamos que se llegara el día siguiente. Era una sensación un poco infantil, pues al fin y al cabo, una manifestación silenciosa, aunque ocupara toda la superficie planetaria, no tendría a los dirigentes enfrascados en el asunto. Parece que se nos había olvidado lo principal de todo el jaleo: la situación bélica. Desde la radio se animaba a todos los ciudadanos a participar masiva y silenciosamente en los actos. Pero, para nuestra desgracia, estas arengas se mezclaban con referencias a la situación bélica. Hubo una conexión urgente con radio Cádiz y el tono de voz del periodista no fue desde luego el mejor prolegómeno.



Por casualidad, queridos compañeros, podemos salir todavía al aire... Ahora que una leve esperanza asomaba en el horizonte, la cosa se vuelve a complicar. Un barco de bandera soviética, provisto de armas nucleares, ha llegado a Rota y ha a atacado a los submarinos americanos llegados esta madrugada. Las fuerzas americanas se han visto sorprendidos por el ataque ya que la Base estaba rodeada por manifestantes que pedían la deposición de las armas. Los marines, no obstante, pudieron reaccionar a tiempo, y aunque no impidieron el lanzamiento de cuatro misiles hundieron el barco que explotó antes de hundirse. La destrucción en la base y sus alrededores ha sido prácticamente total. La nube radioactiva, parece que se dirige al interior.
Desde Madrid llegó la pregunta inevitable, la que teníamos todos en la boca.


¿No se pudo detectar la presencia del barco soviético?
Según nuestras noticias, que aún son muy confusas, este es un modelo de barco impulsado por energía nuclear y con sistemas especiales anti radar. Ha sido un movimiento rápido. Tan rápido que más de un militar americano, fuera de micrófono, claro, ha dicho que se está investigando una posible conexión africana, lo que explicaría todo ello. Como se ve con estos datos la reunión de la Asamblea General de la ONU de dentro de unas horas, será un fracaso. Ya se ha entrado en dinámica de guerra y a ver quién para todo esto.
El estupor fue generalizado. Dudamos de lo que puerilmente nos había hecho sonreír. Nuestro país, tan alejado, en teoría de todo el conflicto había sido utilizado como teatro de las operaciones.
Seguían llegando noticias tristes. Donde la cosa debía ir muy mal también era en Alemania. Allí parecía que había guerra en toda la extensión de la palabra. No era una mera escaramuza por sorpresa.
Muchos gaditanos abandonaban la zona revestidos de pánico. Había miles de muertos. Algunos, sin embargo, se quedaron en su tierra. Si morían les daba igual. Comenzábamos a sufrir en nuestra carne los rigores que hasta ahora sólo habían sido miedo.
El teléfono sonó.
Era para mí. El señor Gobernador me quería comunicar, antes de que se difundiera por la prensa, que la manifestación había quedado suspendida. Entrábamos en guerra al lado de las fuerzas de la OTAN. Me rogaba que le disculpara y que no intentara nada por mi cuenta. Esto último lo entendí como una velada amenaza. Pero ciertamente no me encontraba con ánimos. Sólo era un enamoradizo joven aprendiz de poeta, no era revolucionario.
La noticia me había dejado aplanado. Entrábamos en la guerra, sólo porque los americanos tenían unas bases militares. O sea, porque soportábamos las bases, éramos presa de los soviéticos.
Me vi en la obligación de decírselo a mi familia. Para una vez que me enteraba de algo antes que casi nadie, era para eso. Bendita ignorancia. El rostro de mis hermanos y de mis padres se demacró más aún.
Se me revolvió el estómago. Casi se podía tocar el fin con los dedos. Pero aquella sensación se agudizó más. La puñalada fue doble, porque, cuando la primera no había terminado todo su periplo dañino, llegó la segunda, ahondando sobre la anterior. De pronto, una voz adusta, profunda, como un martillazo, se coló por nuestros oídos.

Habla su Majestad el Rey.
La voz del Rey, tan distinta de la de hacía un par de horas, hizo oficial lo que yo ya sabía.

Un doloroso e imperioso deber me trae de nuevo ante vosotros. Españoles, nuestro territorio ha sido atacado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En consecuencia, el Reino de España, con el Gobierno a su cabeza, se une a las fuerzas aliadas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, a los efectos de defender la integridad de su territorio. Así mismo, se une a la declaración de guerra contra el Pacto de Varsovia, y pide que depongan las armas, y que por parte del gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se inicie un camino que lleve a ese pueblo, amado de nuestro corazón, por la senda de la libertad y la democracia. Queda declarado el estado de emergencia en todo la zona de la bahía de Cádiz. Igualmente declaro el estado de excepción en todo el territorio nacional. El toque de queda entrará en vigor a las doce horas de la noche hasta las seis horas de la mañana. Queda prohibido el derecho de reunión. La prensa será sometida a control previo. Pidamos a la providencia que estas medidas sean de muy corta duración. Y en breve plazo podamos caminar de nuevo por la paz y la democracia... ¡Viva España!
Un silencio sepulcral cubrió, de pronto, toda la casa.
Estábamos en guerra.
Aquello no era una posibilidad, ni siquiera existía una micra de duda. En menos de dos minutos recibí por dos conductos distintos, la misma noticia: oficialmente nuestro país volvía a entrar en una guerra. Sonaba a maldición. Recordé las palabras del borracho muerto en la Plaza durante la mañana. Efectivamente, los jinetes del Apocalipsis habían picado espuelas a sus negros corceles y cabalgaban hacia nosotros. Mi madre nos miró con lágrimas en los ojos. Pensaba que sus hijos entrarían en guerra. Yo tenía ese mismo pánico, pero, desde luego, hasta que no me llamasen, si es que lo hacían, no me presentaría voluntario al ejército.
La programación, en radio y televisión, se alteró sustancialmente. Algunos locutores no eran los mismos. Se leían proclamas militares, intercaladas por música clásica, recordatorios del toque de queda y del resto de libertades constitucionales suspendidas, advertencias de todo tipo a la población civil: a quién debíamos dirigirnos en caso de encontrar algún artefacto sospechoso; lugares donde guarecernos en caso de ataques aéreos, en principio, eran apropiadas todas las viviendas con sótano y los garajes subterráneos; nos encarecían a permanecer siempre informados; lo que más repetían, era que no cundiera el pánico, lo que, lógicamente, hacía que subiera el estado de ansiedad.
Por supuesto, en caso de ataque nuclear, nadie informaba de nuestras posibilidades o de lo que debíamos hacer... ¿Había alguien que lo supiera? ¿Serviría de algo?
Mi madre salió de casa rápido, se fue a la compra, para hacer acopio de las cosas más necesarias. No sé si me pareció bien o mal, necesario o absurdo. Pero no dije nada, no lo hubiera evitado. Tampoco le advertimos de que a aquellas horas los comercios podrían estar cerrados; pero no lo estaban. Se conoce que las madres, las amas de casa, pensaban todas del mismo modo. Eran las únicas que pensaban con lógica.

Llamé a David. Me dijo que, si el recital no acababa tarde, no había problema en darlo. Aunque hubieran suspendido el derecho de reunión, este tipo de actos los catalogarían como acto cultural, por lo que no se impedirían. Pero ¿queríamos nosotros darlo? Al final nos decidimos. Pensé, que al menos, antes del primer toque de queda, revoloteara en algunos corazones el regusto de un pequeño ámbito de paz y libertad.
Parecía increíble, absurdo, incluso cómico si no fuera tan dramático: daríamos un recital de poesía, cuando España acababa de declarar la guerra a la URSS, después de que la bahía de Cádiz hubiera sido prácticamente destruida. Debíamos tener cuidado con lo que decíamos. Seguro que los comunistas volvían a tener problemas, porque, al menos por afinidad estarían más cerca de la URSS. Aunque dudo que los verdaderos comunistas españoles defendieran aquel brutal ataque a sitio tan hermoso como la bahía de Cádiz.
Decidí que no cambiaría el recital. El mío iba a ser romántico, lo había decidido y nadie me sacaría de mis casillas. Aunque fuese muy poco solidario con el mundo, me daba lo mismo. Total, lo mismo caminábamos sobre el barandal de la muerte. Por lo menos en eso que me dejaran tener mis propios problemas. Quizá fui un poco egoísta entonces, pero me dio igual.

Volví a pensar en ella. ¿Cómo lo estará pasando?
Hay veces que, hasta en lo más difícil, en los momentos más duros, donde no puedes dejar abierta una pequeña fenda en tu corazón, éste se enfada y pide sus derechos a hablar. Vale de racionalizar cosas. Estaba enamorado. Y eso ni una guerra lo podía detener.
Después del triste desenlace que había tenido lo de la manifestación era lo más alegre que pensaba, Estoy enamorado...
Y, en esos instantes, no me acordaba de que no sabía si ella me amaba o no, o por lo menos, me correspondería.
Entonces me daba igual.
A esas horas de miedo tan brutal, más importante aún que su respuesta, era darme cuenta que ese sentimiento era el verdadero motor que permitía seguir avanzando, seguir , a pesar de lo que se nos venía encima.

domingo, 1 de noviembre de 2009

MAÑANA AMANECERÁ (XII)

Al Gobernador Civil le conocíamos de un recital que dimos en Guadalajara. Estuvo presente, porque coincidió nuestra actuación con una visita suya allí. Al final del acto, nos felicitó muy cordialmente.
Entramos como elefantes, como una estampida de búfalos. Pedimos que se nos dejase pasar a su despacho, porque teníamos algo muy urgente que comunicarle. Así, de pronto, con trazas muy exigentes, con mucho nerviosismo.
Al principio, evidentemente, no nos hicieron caso y nos dijeron que teníamos que haber solicitado la audiencia, con dos días de anticipación, al menos. Yo tenía la sensación de que el tiempo se me acababa, así que empecé a no ser educado, Es que hace dos días no se había formado el cacao que tenemos encima. El funcionario que nos atendía, lógicamente, pensó que, o estábamos muy borrachos, o éramos unos visionarios, ¿Y dos chavales tenéis la solución? Continué haciéndome amigo suyo, ¿Acaso la tiene usted? Me miró molesto, decidió que ya estaba bien, No, pero esa es misión de los políticos, no nuestra. No estábamos para monsergas, ¿Qué dice?, si los políticos, los jefes, no todos, claro, nos han metido donde estamos; como los demás nos quedemos de brazos cruzados lo tenemos claro. El funcionario se vistió el uniforme de burócrata y quiso concluir la charla, El Gobernador tiene mucho trabajo y no os puede recibir. Pero yo, definitivamente, maleducado, casi grosero, no me di por enterado, No me haga reír, ¿qué trabajo puede tener hoy el señor Gobernador?, Permanecer en contacto con las autoridades centrales para ver si hay que adoptar alguna medida especial o algo así; además mucha gente tiene audiencia concedida, y a las dos tiene una comida con los representantes de... Me estaba poniendo nervioso. En mi cabeza se había fraguado un plan, necesitaba hablar con el Gobernador, No nos cuente su vida, además nuestra visita no le impedirá continuar en contacto con las autoridades centrales. Javier, que había aguantado en silencio, no pudo más, Eso, o nos deja pasar por las buenas, o pasamos sin su permiso; es algo urgente, coño, cómo quiere que se lo digamos; tan urgente como que puede ser algo más que un grano de arena para intentar ayudar a encontrar una solución. No pudo aguantarse más y gritó, ¡Que nos deje pasar! Pegó un terrible vozarrón. Vino un policía, con lo que la situación se complicaba. Adoptó una postura profesional, ¿Qué pasa aquí? Respondí a toda velocidad, supuse que era mejor que escuchara primero nuestra versión, Pues que este tipo no nos deja pasar a ver al Señor Gobernador, y es algo muy urgente, se lo garantizo. Javier, apostilló, Pero resulta que lo urgente, según el caballero, hay que preverlo con dos días de adelanto. No le dejábamos meter baza. El policía nos miraba alternativamente, di otra vuelta al tornillo, Y resulta que, como no somos espías de la KGB, pues no sabíamos que los yanquis pensaban invadir Rusia; ni siquiera somos dobles agentes al servicio de la CIA y al servicio del Reino de España, para haber avisado de tal situación. Nos miró profesionalmente, el funcionario había pasado a segundo plano, él era la autoridad y aquella decisión la tomaría él, ¿Tenéis alguna solución? Todos querían saber lo que pensábamos decir al Gobernador, y ellos no eran el Gobernador. Utilicé la grosería, ya decididamente, Pero ¿por qué cojones no nos deja pasar? Al final, el poli se rascó la cabeza. Miró al funcionario. Creo que valoraron que no seríamos ningún peligro. Supusieron que, como mucho, en unos minutos, el Gobernador habría tomado nota de nuestra idea y nos habría despedido. Todos tan tranquilos. Nos franquearon el paso. Supongo que hacían su trabajo. Que les pagaban, entre otras cosas, porque la actividad del Gobernador no se convirtiera en un rosario de visitas sin final.
El caso es que, al fin, estábamos allá dentro.
Era un despacho amplio y luminoso. Aunque aquel día, nadie se fijaba en esos detalles. Estábamos un tanto nerviosos, con alguna copa de más, y la discusión de la puerta no había sido, precisamente, un bálsamo, así que nos lanzamos contra el Gobernador con un verbo más que insolente. Él preguntó educadamente, ¿Qué deseáis? Fui directamente al grano, sin preámbulo, Venimos a comunicarle que pensamos montar una manifestación tanto si es legal, como si no. A pesar de todo lo que tenía encima, noté una leve sonrisa, y una mirada paternal, Despacio muchachos, que no está el horno para muchos bollos. Estaba dispuesto a escucharnos, pero a su ritmo, no al nuestro, Tranquilizaos y me lo contáis con calma, que tal y como están las cosas puede ser peligrosa la precipitación, ¿entendéis?, así que ahora, más que nunca, es cuando hay que tener los pies en la tierra. Aspiré hondo, sin saberlo, agradecí aquella postura, pero varíe mis pretensiones, Lo que queremos es su colaboración, más que su autorización. La actitud afable, aunque firme de aquel hombre, hizo que le planteara el tema desde otra perspectiva. Quizá no nos vendría mal una ayuda. Lo pensé muy rápido. Al principio Javier se extrañó, pero no dijo nada. Supongo que confiaba en mí, y, al fin y al cabo la primera idea fue mía, Perdone si hemos entrado un poco como elefantes en una cacharrería... Respiré hondo, me acomodé en el asiento, procuré hablar con calma, Formo parte de un Club Juvenil, y los miércoles nos juntamos para hacer un rato de oración, y había pensado que podíamos intentar que ese rato se convirtiera en una manifestación silenciosa con luces, antorchas, velas y una sola pancarta: “Jóvenes, salvemos al mundo. Gobernantes del mundo deponed vuestra actitud”; pero claro, una manifestación de ese tipo sólo en Euritmia sería poco eficaz, únicamente serviría para lavarnos las conciencias, poco más. A la vez que hablaba escrutaba el rostro del Gobernador que permanecía atento a lo que yo decía, no se mostraba contrariado, y eso era bueno, o eso pensé, Verá, conozco a varios jóvenes de otras provincias, que podrían organizar algo parecido en sus ciudades, es aquí donde entra usted. Le lancé mi propuesta con el tono más convincente que fui capaz, Si nos permite, telefoneamos desde aquí a estos chicos, y si les convenzo, usted intenta hacer lo propio con el Gobernador de allí; en resumen, se trata de que oigan la voz pacífica de los jóvenes como respuesta a los misiles y las bomba de neutrones; quizá sea utópico, pero me niego a esperar la destrucción de este planeta de brazos cruzados.
Lo había soltado todo de un tirón, pero creo que me quedó claro. Aspiré hondo, nuevamente. Aproveché que el Gobernador reflexionaba. Miré a Javier y vi que este asintió satisfecho. Quizá no fuera algo muy drástico, pero es que, en el fondo, nunca he sido muy revolucionario, por mucho que adoptara una pose medio ácrata. Remaché mis argumentos, aunque interrumpí los pensamientos de la autoridad, Se me olvidaba otra cosa, necesitábamos su colaboración para evitar que otros intenten llevarse el gato al agua: no queremos que lo manipule ni el Gobierno, ni la Oposición, ni la Iglesia; sólo queremos esa pancarta, por eso queremos que la policía nos ayude a evitar que haya otras, ya me entiende.
Al fin callé y el señor Gobernador, con una mano en su seco mentón, fue pensando en lo que le dije. Unos minutos después, respondió con una especie de sonrisa en los ojos, De acuerdo, creo que es poco práctico, pero tampoco parece dañino, ¿quién sabe?, además no estaría de más que la idea cruzara las fronteras. Mi idea comenzó a ser mejorada sustancialmente, ya no era mía, Qué os parece, digamos, una llamada al ministro, quizá conozcáis a alguien que conozca a alguien en Francia, o Italia, yo que sé. Asentí, Tengo un par de conocidos, en Madrid y Valencia, que tienen contactos en el extranjero, y no sólo en Europa, también en Hispanoamérica. A esos, es a los que primero que llamé. Era una suerte que siempre llevara encima mi vieja y torturada agenda. Javier y yo nos miramos. No sé lo que él pensó en aquellos momentos. Yo quedé un poco más tranquilo. El entusiasmo creció dentro de mí. Probablemente el que los jóvenes del mundo se unieran para manifestarse por lo mismo, no solucionaría nada. Pero, al menos, no nos habíamos quedado de brazos cruzados.
Comenzamos a manejar teléfonos. Incluso el funcionario que nos intentó impedir el paso, quedó sorprendido cuando, a una llamada del Gobernador, quien le solicitó el listín con los números del resto de gobiernos civiles del país, lo vio al aparato. Poco a poco, aquella chispa fue concretándose. Ya se me escapaba, pero no me importó. Sentí alivio, para ser sinceros. Los que tuvieran mejor capacidad de organización que organizaran. El espaldarazo definitivo fue cuando el mismísimo Ministro del Interior, tras escuchar al Gobernador, dio su visto bueno. Aquello no lo paraba nadie. Cuando el funcionario se enteró, me miró como pidiéndome perdón, un poco avergonzado. Preferí no decir nada. Me sentía emocionado.
Decidimos que la manifestación tenía que acabar en la puerta de la Catedral. Allí, tras unos minutos de silencio absoluto, pediríamos que el Señor Obispo hiciera una pequeña oración. No quisimos ni discursos, ni consejos, ni proclamas, ni cosas así, sólo una oración y nuestra presencia. Luego nos iríamos a casa. Previamente a la manifestación, para quienes lo desearan, decidimos organizar una vigilia de oración en la parroquia de San Emilio. Más que nada porque era bastante céntrica, grande y lo suficientemente alejada de la Catedral como para que se notara, cuando saliéramos, que estábamos en una manifestación, no de paseo por la ciudad.
Al señor Obispo fue muy fácil alegrarle con la noticia, pero muy difícil convencerle de que dirigiera la oración. No quería protagonismo. Todo se encarriló con prontitud. Ciertamente no había mucho más que hacer. Si se trataba de un milagro, nada mejor que intentar forzar el ánimo de la divinidad.

El rey volvería a hablar en veinte minutos. Toda España estaba pendiente. Muchos ayuntamientos, entre otros el de Euritmia, dado que mucha gente no estaba en casa, decidieron instalar megafonía. Fuimos hacia la Plaza, nuevamente. Lo que teníamos que hacer ya estaba hecho. Un par de notas a la radio y a la prensa. El señor obispo se encargaría de los párrocos. Creo que aquella mañana, entre otras cosas, entendí definitivamente lo de la progresión geométrica.

Al llegar a la Plaza notamos, de inmediato, que el ambiente había cambiado. Era una mezcla de expectación y miedo. Mucho miedo. Había dejado de nevar. Por vez primera, tras haber escuchado la infausta noticia, me empecé a dar cuenta de que la ciudad estaba muy bella, volvía a respirar. Cuando la gente nos vio, debieron de notar nuestra alegría, porque no dejaban de mirarnos, la mayoría con ojos de reproche e indignación. Algún conocido intentó adivinar la causa de ese cambio, pero la voz del rey comenzó a escucharse.
Españolas y españoles, vuelvo a dirigirme a vosotros en estas horas tan difíciles que estamos viviendo. Supongo que vuestro anhelo, al igual que el de la reina y el mío, es de que esta pesadilla acabe cuanto antes. Os garantizo que la Corona y el Gobierno, no hacemos más que trabajar en este sentido. Pero, lastimosamente, todavía no os puedo comunicar la solución del conflicto. Es nuestra grave obligación deciros que el peligro, aunque lejano, acecha. En situaciones como la presente es dónde se ve la grandeza de un pueblo. Y el nuestro es muy grande. Vengo a informaros de una iniciativa surgida en Euritmia, y que quizá, Dios lo permita, pueda parar toda esta locura. Desde lo más
profundo de nuestro corazón, la apoyamos y la alentamos. Por pequeña e inútil que parezca, puede ser un paso adelante. Así que hoy os convoco para que mañana a las doce de la noche llenéis la oscuridad con velas y antorchas. Sólo una pancarta en cada manifestación. Sólo un deseo: Paz. Cada organización conoce los detalles, a ellas os remito. Os pido al resto: partidos políticos, sindicatos, asociaciones, que no utilicéis ningún tipo de enseña o consigna. Sabed que el resto de Europa y probablemente en América, están preparando algo parecido. Mañana, si Dios lo quiere, os invito a todos a que en vuestras respectivas ciudades salgáis en silencio. No dudéis que vuestro silencio será escuchado y acompañado por el Planeta.
La Plaza estalló en una enorme ovación. La mayoría se encogía de hombros. No sabía por qué aplaudía. Yo sí. Javier también. Por lo menos una idea tan simple, nos daría la oportunidad de no quedarnos de brazos cruzados, de que los americanos y los soviéticos vieran que el mundo no sólo eran ellos. No sé por qué se me ocurrió. Lo más probable es que la idea revolotease por allí, mezclada entre los copos de nieve, y yo pasé justo en ese instante, cuando caía. Nada más.

Bajamos cada uno a nuestro hogar. Una extraña esperanza corría por nuestras venas. Todos se preguntaban de quién habría sido esa idea. Yo me olvidé del tema. Y le hice jurar a Javier que no se lo diría a nadie. Tampoco era importante. Lo importante es que fuéramos muchos. Y, a lo mejor, o, a lo peor, ni eso era importante.