Eran las seis menos cuarto de la tarde. Estaba nervioso y mareado. Tenía tiempo más que de sobra. Tanto quejarme la víspera por la hora y seguro que sería de los primeros en llegar.
Crucé por el Puente sin mirar a los coches, que seguían siendo muy escasos. Más de uno, no obstante, hizo sonar su claxon ante mi imprudencia, pero ese pequeño detalle no me importó.
Subí al Instituto ahilado al Puente. El tímido sol que hizo acto de presencia, no había eliminado prácticamente nada de la nieve. Era muy difícil, pues, cuando venció a las nubes ya estaba muy bajo y cansado, y en pocos minutos se retiraría a descansar unas cuantas horas.
Volví recordar que el Puente, cuando le vi cubierto por la nieve, me pareció alterado. No sé si sólo caminaba y pensaba, o más bien murmuraba: No me extraña que te enfades, después de tantos años en pie, y ahora, por menos de nada te destrozan; claro que si el americano tira la bomba de neutrones, no te pasará nada; sabes, viejo compañero, estos americanos son muy sensibles con los edificios, y con la limpieza; además, será una muestra de su cultura, ésa que no tienen; sí, deberíamos escribirles, ¿no te parece?: Estimado Mr. Reagan, por la presente, y como ciudadano de una locoalidad ubicada en este mundo, seguro de que su preclara mente lo entiende, solicito que esta ciudad de Euritmia sea ejecutada mediante el lanzamiento de bombas de neutrones. Es súplica que espero conseguir de su magnanimidad, en aras a respetar su famoso Puente, y resto de sus valiosos monumentos, atentamente en Euritmia a tantos de tantos y bla, bla, bla...
Me detuve junto a uno de sus pilares y le miré conmovido, como si realmente me escuchara. ¿Tú para qué quieres permanecer en pie, si nadie se besará junto a ti?, ¿a qué sí, viejo amigo? Y sentí un calambrazo procedente de sus viejas rocas, aquellas que los primeros euritmitenses colocaron, después de que Hormisdas y Valtén hicieran las paces, tras la valiente acción de su madre, Acela. Al acordarme de la leyenda, otro pensamiento vino a mi mente, naciste como fruto de la paz, espero que sigas siendo su señal.
Me di cuenta de que empezaba a no relacionar los acontecimientos y las ideas con un mínimo de cordura. Dudé si todo aquello era producto del día o de la bebida... O de la mezcla de ambos. O simplemente ya estaba loco. Es sabido que el pánico puede producir tremendos cortocircuitos en los cables que unen las neuronas del cerebro.
La verja de entrada al Instituto era de hierro y estaba desvencijada.
Recorrí el patio como un general mirando de un lado a otro. Estaba desierto. Los viejos cedros del Líbano tenían los brazos cansados, tras soportar durante toda la jornada tantos kilos de nieve... En su interior, no obstante, se oían voces, lo que quería decir que hasta habría público, con un poco de suerte.
A la izquierda de la entrada, se encontraba Javier hablando con una señora. Cuando me vio se acercó, Oye, que están deseando que empiece esto. Tienen ganas de tranquilizarse un poco, Eso nos hace falta a todos, No hace falta que lo jures, ¿Dónde vamos a recitar?
Nos indicaron el camino. Una vez comenzado éste, a mi izquierda reparé en un Belén confeccionado por los propios alumnos. Nos quedamos mirando. Dije como sorprendido, Estamos casi en Navidad, Pues vaya navidades, ¿Quién sabe?, Estamos condenados a morir, y si hay quien sobreviva, estará destinado a vivir en un planeta destruido e irrespirable, ¿qué te parece?, Espero que esto se arregle, ¿no tienes alguna esperanza? Me miró creo que con lástima. Repetíamos la conversación matinal, Después de cómo ha acabado lo de esta mañana, no, y no sé qué hacemos aquí, para mí nada tiene sentido, A pesar de todo, a mí sí que me vale todo lo que he dicho esta mañana: intentemos poner algo de belleza, algo de sentido común, ¿quién sabe? Me contestó su silencio mustio. Seguro que pensó que yo era un cabezota, acertó. O que definitivamente había enloquecido. Podría ser.
Llegamos a un lugar que estaba rematado por un techo transparente en forma de cúpula. Tenía cuatro entradas. El espacio era casi circular. Sentí que pasábamos a otro mundo. El suelo estaba cubierto por una gigantesca alfombra de color rojo y por bancos destinados al público. Pasamos por una especie de estrecho pasillo trastero para dejar las prendas de abrigo. Preparamos un par de mesas y las sillas necesarias para sentarnos. Vi a una conocida, Hola Charo, ¿Pero vais a ser vosotros los que recitéis? Sonreí, Ni que hubieras visto a un monstruo. También vi a Pili y a Cari, ambas del Club, Hola chicas, ¿os vais a quedar? Se miraron como si les diera un corte tremendo decir la verdad, o sea que a ellas la poesía les atraía más bien poco. Al final, denegaron con el gesto, un poco azorado. Les sonreí, como diciéndoles que no pasaba nada, además me había comprometido a dar un mensaje, Por cierto, Cari, dice Charli que andará por la Plaza a eso de las ocho. Se despidieron con unas risas. Lo que yo decía, con el amor no podían ni las guerras. Por lo menos, con ese loco y apasionado amor de los jóvenes.
Llegó David muy traspuesto, pálido, demacrado, Hola chicos, ¿qué tal?, Ya ves, aguantando el temporal como se puede, ¿Quién falta? Como siempre, preocupado por la puntualidad, los detalles de la organización, hasta en esa situación. Javier hizo rápido recuento, Fabián, Begoña y Míkel, no creo que tarden ya.
Como si le hubieran oído, se hicieron presentes los tres, acompañados de Almudena, que, aunque no recitaba con nosotros, no se perdía ni una sola de las actuaciones.
Cuando vi a Fabián, me pareció que andaba como si flotara. Al mirarlo de cerca, observé, además, que traía los ojos muy extraños. Llevaba muchos años sin beber alcohol, a causa de la medicación que tenía que tomar, y, probablemente, aquel día ingirió más de la cuenta. Me dirigí a él, un poco preocupado, ¿Qué tal?, Yo que sé, creo que mal, he bebido demasiado, me noto muy extraño, como si levitara, tío. Hablaba a trompicones, pero logró concluir, Espero no hacer ninguna tontería, contrólame un ratillo, ya se lo he dicho también a Míkel, creo que si pasa media hora y sigo igual, habré pasado lo peor. Lo que me faltaba, por si tenía pocas preocupaciones, debía de estar pendiente de Fabián. Me acerqué a David, llamamos a los demás y alteramos el orden de actuaciones. Me colocaron en segundo lugar, el que debía ocupar Fabián, y a él le pasaron al último, el que me correspondía a mí. Al decírselo, asintió más relajado. Quizá pasando ese tiempo, unos treinta minutos, sería suficiente para que un mínimo de aplomo regresase a su ser
Llegó el director del Instituto, se le veía preocupado, como a todos, Muchas gracias por haber venido, este acto se ha convertido en la clausura del trimestre: nos ha llegado la orden de que se suspendan las actividades lectivas; el centro ha de permanecer abierto para quien quiera venir, pero no habrá clase, ¿Eso vale también para las universidades?, Creo que sí.
Teníamos vacaciones anticipadas, qué bien.
En ese momento llegaron Gabi, Enma, Fer, Noelia, Pedro, Alicia, Pepe, Mario, Cristina, Rulos, Almudena y Mamen. Fue una verdadera sorpresa que me llenó de alegría. Les saludé desde lejos alzando mi mano, y con una sonrisa de oreja a oreja. Quería que supieran que agradecía su gesto en todo lo que valía. Cristina fluctuaba en aquel grupo, era como el Guadiana: aparecía una temporada, desaparecía, volvía... En todas partes actuaba del mismo modo. Ella se llevaba bien con todo el mundo y no estaba con nadie. Era una persona que destilaba alegría por todas partes, pero yo sabía que sufría mucho en su casa, donde tenía unas desavenencias bastante importantes con su padre y uno de sus hermanos. Pero las superaba como podía. Rulos era corpulento, con gafas metálicas, usaba barba. Era un poco mayor que nosotros. Era muy solitario. A veces, se hacía un poco pesado. Buscaba compañía. Almudena era, sobre todo, extrovertida. El pelo casi rubio, siempre revuelto en una melena eterna. Mamen me resultaba extraña, desconcertante...
También llegaron mis padres, mis hermanos. Me fui hasta ellos, Oye, cuando acabe me iré con estos, Vale, pero no bebas mucho, No nos dará mucho tiempo, hay que volver pronto. Concluí con un guiño a mis hermanos, Además, no creo que queden muchas existencias.
Dejamos pasar unos cuantos minutos más, por si había algún rezagado. Era preferible empezar con demora a tener que soportar las interrupciones. Las interrupciones, sobre todo al principio, se hacen fatales. No sólo destrozan la lectura de un poema, se puede romper todo el ritmo del recital.
Eran más de las seis y veinte, así que el director del Instituto nos presentó, tras unas palabras en las que agradecía nuestro gesto de mantener el recital, y agradecía, también, a las autoridades que hubieran respetado la convocatoria a pesar de que algunas libertades constitucionales habían sido suspendidas.
Ninguno de mis compañeros varió sustancialmente el contenido de sus versos, igual que yo. No sé si porque no había habido tiempo, o porque pensaron lo mismo: podrán acabar con el mundo y con sus habitantes, pero no acabarán con la poesía, con la nuestra ni con otra. Además, en toda nuestra obra latía el corazón del hombre en diferentes aspectos. No había mejor momento, para que el ser humano fuera abarcado en su totalidad, y, al menos de forma simbólica, fuera salvado, o fuera contemplado como un ser digno de compasión.
El recital resultó un éxito. A Fabián se le pasó suficientemente el malestar, con lo que recitó sin problemas. Creo que los asistentes, al menos, pudieron desconectar del grave problema. Aunque pudo producir melancolía en algunos de ellos, sobre todo los versos de David, tan pegados a la tierra, y de la que parecía que nos querían expulsar.
Aquel lugar, por un par de horas, se convirtió en una pequeña capilla de la poesía. Allí alzamos nuestra voz humilde, pero firme, en una oración de alabanza al ser humano en cada una de sus facetas, al menos las facetas más dignas. Quizá la palabra que menos se escuchó fue la de muerte. Lo cual no dejaba de ser un tanto paradójico dada la situación... En fin, que, en conjunto, escribimos una hermosa oda dedicada al ser humano, a ese mismo que alguien, sin motivos, quería aniquilar, para siempre. Recuerdo que pensé, Ojalá que no sea el epílogo de la especie humana.
Pero por si acaso, por si aquello ocurría, justo al final de la lectura improvisé dos versos, los único que recuerdo que aquella noche:
Mis versos serán el fusil de esta trinchera...
Serán tus besos el color de mi bandera.
Y mientras los recitaba, en el interior de mi pensamiento revoloteaba su sonrisa ausente, como me había temido durante toda la tarde.